Este blog será el testigo del proceso creativo y, a la par, subiré los avances narrativos en entregas.

martes, 16 de diciembre de 2014

Efecto Penélope II (Desenradar el camino)

Hace veinte años tomé una decisión que me hizo ser lo que hoy soy: decidí estudiar literatura en la universidad más conventual y académica del país, la UNAM. Quería dedicarme a la literatura, eso, lo tenía claro. Quería dedicarme a escribir, esa era mi pasión. Y todo lo hice mal porque todo lo hice con un plan trazado a la perfección: para poder escribir libros de valía, primero tenía que conocer lo mejor que se había escrito, después entender cómo se había escrito y por último reproducirlo, como lo hacían los antiguos aprendices de pintores -aunque amigos, escritores y mentores me lo dijeron, JACH en especial, la gente que estudia letras no escribe, estudia otra cosa, me dijeron y yo los desprecié, era mi oportunidad de que me obligaran a ocupar mi tiempo en lo que más amaba, leer y podía ser bueno en ello; lo fui, mención honorífica en la licenciatura, beca a la excelencia académica en la maestría y ser durante un semestre el profesor más joven de la facultad más antigua de México- lo único con lo que no contaba era que en el proceso de leer, me desdibujaría como escritor.
La Academia no es la culpable, de adolescente tampoco tuve la disciplina del escritor, the right stuff, como lo llamaba Tom Wolfe a la combinación de destreza y entrega que los astronautas debían de tener, lo que se necesita. El talento lo tenía y lo dejé ir, convertirme en una prosa media en un cerebro repleto de datos donde sé cuáles son los mejores libros y cómo los hicieron -mi tesis de la maestría es sobre el proceso creativo, desde la idea hasta la conformación del estilo en uno de los autores más snobs de la literatura mexicana: Salvador Elizondo- sin que tuviera, junto con ello, ningún libro publicado, novela fina almacenada -tengo dos novelas y más de mil páginas escritas que no ha visto ningún editor, no por pena, sino porque no creo que merezcan ver luz- ni nada que me haga decir, soy un escritor.
Joaquín A. Chacón tenía razón, como tantas veces y veinte años después le doy también este crédito, hubiera sido mejor que me inclinara por ciencias u otras humanidades, pero uno no puede dejar de ser lo que es.
Desde hace dos años, decidí romper con ello, durante meses dejé de leer novelas, me concentraba en ensayos sobre cómo los escritores habían empezado, con esa ignorancia primigenia que yo quería obtener. Después me centré en estudiar ciencias, en especial física, de una forma poética pues mi ignorancia númerica me impide concentrarme en profundidad: teoría del tiempo, teoría de cuerdas, astrofísica y aeronáutica, en particular, como podrán leer en este blog, en historia y elementos de la carrera espacial. Y durante dos años viví dos efectos penélope, por una parte he ido despojándome del estudioso en letras que soy para quererme convertir en escritor, por otra, contradictoria pues creo que la tabula rasa es una estupidez, así que decidí aprovechar lo que he aprendido en veinte años de mal vivir con tal de tener tiempo para leer y capturar conocimientos, para conformar este proyecto.
Esto que he llamado el efecto Penélope, que es destejer el camino recorrido y en el día tejer con ese hilo ya suavizado para crear nuevas formas.
Tal vez este es el inicio de la crisis de los 35 años, ya atravesé la tercera parte de mi vida y ¿qué he hecho? Nada es la respuesta peculiar, nada.
Por ello, desde hace dos años, que empecé este camino, estoy seguro de dos cosas, que quiero escribir y que quiero recuperar el deseo de divertirme al escribir, de jugar, de obtener un deleite al sacrificio vital que conlleva pasar tantas horas haciendo algo que a nadie le importa.
Espero divertirme y, si de paso creo algo interesante, espero que a los lectores les guste tanto como a mi.

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