Este blog será el testigo del proceso creativo y, a la par, subiré los avances narrativos en entregas.

martes, 16 de diciembre de 2014

Neotipo- Libros Hiperdigitales

Este es un libro diferente, es un libro de senderos que se bifurcan y tú eliges que camino seguir, como en la vida. Cada día te enfrentas a cientos  de decisiones. Desde decisiones involuntarias, automáticas como: Con qué mano abrir la regadera, cuánto debe durar ese beso; te enfrentas a decisiones reales, porque ocurren de forma racionalizada, donde hay una elección y múltiples pérdidas. Cuando tú escoges, continúas un camino que puede cambiar tu vida, una decisión que te puede llevar a una vida completamente diferente que la otra: ¿qué vida quieres tener te planteas cada vez que eliges, y eliminas las otras posibles vida o posibilidades. La libertad es elegir, lo complicado en esta vida es elegir, porque en el momento en que eliges, eliminas las otras posibilidades, porque aunque los caminos se bifurquen sólo tienes una posibilidad. Cada domingo que ves una película, dejas de caminar por un parque, dormir una siesta, escuchar tu disco favorito, encontrar ese billete perdido que de chico buscaste en la banquetas con atención, sin encontrar nada que brillara, una imagen del cielo irrepetible o un libro que leer. Decidiste ver una película en el cine esa tarde de domingo y nunca leíste ese libro o viste esa puesta de sol, sólo viste una película. Ahora imagina cada vez que eliges qué quieres ser dentro de diez años, declararme mi amor a esa persona o a otra, caminar por el mismo pasillo durante los siguientes años o por otro. La vida te exige que escogas. La literatura no. El escritor elige una historia, única, inamovible y te da la oportunidad de imaginarla de una forma única, pero cada libro es intocable, porque un autor eligió qué acciones contar, qué enigma mueve al protagonista, qué final. Él elige, tú imaginas de qué color son los ojos, de qué forma es el puñal que sostiene en la mano amenazante, de qué manera ella lo besa, el perro ladra, él se ajusta la corbata roja frente al espejo y lo golpea, triturando los vidrios con los nudillos, ensangrentados. Pero siempre sucede lo mismo. De esa forma nos enseñaron a leer. Desde había una vez hasta fueron felices para siempre, las veces que fueran, y aunque siempre encontraríamos algo nuevo en esa historia, ocurriría de la misma forma, en el orden en que lo eligió el escritor. Era literatura lineal.
La tableta que sostienes, permite que eso cambie. Así como en la vida puedes elegir, en este libro tú serás el que escoja el camino que recorre el personaje. La facilidad de crear laberintos en estos dispositivos digitales nos permite crear libros hiperdigitales, donde las reglas cambian. Ya no es el libro de una lectura, de izquierda a derecha de arriba abajo, de había una vez hasta y fueron infelices para siempre. Ahora eres tú el que elige qué lee primero y qué lee después, que personaje crear, uno tocado por la gracia o un ser despreciable. A fin de cuentas, ¿qué no se trata de eso la vida?
Tú eliges. (Parpadea el bloque de Elige). Cada vez que el héroe se enfrenta a una disyuntiva, cada vez que el sendero se bifurca

Efecto Penélope II (Desenradar el camino)

Hace veinte años tomé una decisión que me hizo ser lo que hoy soy: decidí estudiar literatura en la universidad más conventual y académica del país, la UNAM. Quería dedicarme a la literatura, eso, lo tenía claro. Quería dedicarme a escribir, esa era mi pasión. Y todo lo hice mal porque todo lo hice con un plan trazado a la perfección: para poder escribir libros de valía, primero tenía que conocer lo mejor que se había escrito, después entender cómo se había escrito y por último reproducirlo, como lo hacían los antiguos aprendices de pintores -aunque amigos, escritores y mentores me lo dijeron, JACH en especial, la gente que estudia letras no escribe, estudia otra cosa, me dijeron y yo los desprecié, era mi oportunidad de que me obligaran a ocupar mi tiempo en lo que más amaba, leer y podía ser bueno en ello; lo fui, mención honorífica en la licenciatura, beca a la excelencia académica en la maestría y ser durante un semestre el profesor más joven de la facultad más antigua de México- lo único con lo que no contaba era que en el proceso de leer, me desdibujaría como escritor.
La Academia no es la culpable, de adolescente tampoco tuve la disciplina del escritor, the right stuff, como lo llamaba Tom Wolfe a la combinación de destreza y entrega que los astronautas debían de tener, lo que se necesita. El talento lo tenía y lo dejé ir, convertirme en una prosa media en un cerebro repleto de datos donde sé cuáles son los mejores libros y cómo los hicieron -mi tesis de la maestría es sobre el proceso creativo, desde la idea hasta la conformación del estilo en uno de los autores más snobs de la literatura mexicana: Salvador Elizondo- sin que tuviera, junto con ello, ningún libro publicado, novela fina almacenada -tengo dos novelas y más de mil páginas escritas que no ha visto ningún editor, no por pena, sino porque no creo que merezcan ver luz- ni nada que me haga decir, soy un escritor.
Joaquín A. Chacón tenía razón, como tantas veces y veinte años después le doy también este crédito, hubiera sido mejor que me inclinara por ciencias u otras humanidades, pero uno no puede dejar de ser lo que es.
Desde hace dos años, decidí romper con ello, durante meses dejé de leer novelas, me concentraba en ensayos sobre cómo los escritores habían empezado, con esa ignorancia primigenia que yo quería obtener. Después me centré en estudiar ciencias, en especial física, de una forma poética pues mi ignorancia númerica me impide concentrarme en profundidad: teoría del tiempo, teoría de cuerdas, astrofísica y aeronáutica, en particular, como podrán leer en este blog, en historia y elementos de la carrera espacial. Y durante dos años viví dos efectos penélope, por una parte he ido despojándome del estudioso en letras que soy para quererme convertir en escritor, por otra, contradictoria pues creo que la tabula rasa es una estupidez, así que decidí aprovechar lo que he aprendido en veinte años de mal vivir con tal de tener tiempo para leer y capturar conocimientos, para conformar este proyecto.
Esto que he llamado el efecto Penélope, que es destejer el camino recorrido y en el día tejer con ese hilo ya suavizado para crear nuevas formas.
Tal vez este es el inicio de la crisis de los 35 años, ya atravesé la tercera parte de mi vida y ¿qué he hecho? Nada es la respuesta peculiar, nada.
Por ello, desde hace dos años, que empecé este camino, estoy seguro de dos cosas, que quiero escribir y que quiero recuperar el deseo de divertirme al escribir, de jugar, de obtener un deleite al sacrificio vital que conlleva pasar tantas horas haciendo algo que a nadie le importa.
Espero divertirme y, si de paso creo algo interesante, espero que a los lectores les guste tanto como a mi.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Cómo desperdiciar mejor tu tiempo con estas imágenes

En un lunes tranquilo, recostado en cama por una enfermedad pasajera, donde hay todo por hacer, como leer sin distractores o distraerse en la inmensidad de la red, uno, normalmente, decide no hacer nada, ver películas sin interés, dormitar para que el tiempo se esfume o chatear hasta que ninguno de los contactos tenga nada que decir.
Sobre esta intrascendencia, surgió mi duda, de qué es lo que hacen los astronautas cuando tienen tiempo muerto, entre misiones científicas y reparar el transbordador, por lo que me puse a averiguar y varios astronautas dijeron lo mismo, lo que cualquiera de nosotros haría. Cuando tienen más de tres minutos de descanso, flotan hacia la cúpula de la Estación Espacial, donde puede observar la tierra a través de siete pequeñas ventanas que permiten ver 400 kilómetros de superficie de una sola mirada.
Desde ese punto especial, sin lugar a dudas la mejor vista que un humano puede tener, el carismático astronauta canadiense Chris Hadfield, tomó más de 45 mil fotos de la tierra.
Una milésima parte, puedes verlas aquí Hadfield: Fotos espectaculares desde el espacio
Si cuando estás en el espacio lo único que no tienes es tiempo libre, pues debes aprovechar las pocas semanas que pasarás en el espacio, por que los humanos no nos cansamos de perder el tiempo cuando estamos acá abajo, las casi 4 mil semanas que tendremos de vida. Es decir, Hadfield tomó una foto de la tierra por cada trece horas de vida que tendremos de vida, una foto que vale más que como gastamos nuestro tiempo, por lo que parece.
Disfrùtenla y disfrutemos la vida, que es finita.

viernes, 12 de diciembre de 2014

¿Por qué no hemos regresado a la luna?

En diciembre de 1972,

Enorme canción de José González, Eyes in Space

De las siete mil millones de personas que habitan la tierra sólo 536 afortunados han habitado el espacio. En este video, José González, el noruego-argentino que canta en inglés, no sólo es uno de mis músicos favoritos, sino que un amante del espacio, busca que todos los cohabitemos.
En este viernes frío, disfrútenlo

Eyes in Space

martes, 9 de diciembre de 2014

El proceso penélope de la escritura

Esto es, el proceso de formación de la obra da cuenta del propio proceso de formación del autor.
Luigi Pareyson


Antes de empezar a subir los avances literarios y teóricos que he generado en el último año, quisiera hablar del proceso que los escritores normalmente ocultan, el que tiene que ver más con el deshecho que con la creación.
Los artistas tienden a hablar de los procesos positivos de la creación: 
Todos los escritores recuerdan el momento de iluminación. La carta para Flaubert que contenía Madame Bovary; el viaje a Acapulco de García Márquez que derivó en Cien años de soledad; una frase oculta para Borges… Los demonios que promulga Vargas Llosa se ocultan en evasivos terruños, afloran en momentos inoportunos ante destellos intrascendentes. La causa es incierta, irreproducible. Los que lo han vivido lo comparan con una revelación. Es un motivo, paragón al Topos griego o el Loci ciceroneano, un punto de partida sobre el que se conforma una historia, sede de argumentos ocultos que se catalizan. (Márquez: 254) Y, cuando aparecen, sobre ese ladrillo se construye el espacio de la ficción. Recuerdan cómo conformaron al personaje principal o el día en que supieron que el último punto era final. 
Algunos, hablan de la conformación de la estructura como base, como lo hace Salvador Elizondo con Farabeuf (análisis que desarrollé en mi Tesis de Maestría "creación y escritura en Farabeuf de Salvador Elizondo) cuando transforma una fotografía en una estructura simbólica literaria. Otros hablan del enfoque que estaban buscando, com, o lo refiere Calvino en su introducción póstuma a Si una noche de invierno un viajero, donde aclara que  él no pensaba en el escritor sino en el metalector y la sensación que le acarreraría cada una de sus diez novelas truncas.
Y todos hablan del proceso creativo escritural, como lo refiere Ernest Hemingway sobre el placer que genera escribir su primera novela, de forma apabullante, hasta nublar a la realidad. “Recuerdo como ocurrieron todas esas cosas y los lugares donde vivíamos y los tiempos buenos y malos que tuvimos ese año. Pero más vívidamente recuerdo la vida en el libro y la creación de cuanto en él ocurría cada día. Al crear el campo, la gente y las cosas que ocurrían, me sentía más feliz que nunca.”
De lo que pocos hablan son de los procesos Penélope, es decir de cómo fueron destruyendo, reconstruyendo y transformando sus proyectos hasta culminar en algo completamente diferente. Tal vez el mejor ejemplo del proceso penélope , de destejer una historia cada vez que la escribía hasta terminar en una hoja en blanco pero con una idea diferente, la describe Mario Vargas Llosa en su portentoso ensayo Historia de un deicidio, sobre el proceso creativo de García Márquez, donde habla de que Cien años de soledad (1967), escrita entre 1965 y 1966, pero ideada quince años antes cuando visitó la casa de sus abuelos y concibió la novela sobre una casa que se derrumba por el tiempo y las historias. Durante quince años, GGM, machacó la idea hasta que en un viaje en carretera rumbo a Acapulco concibió la primera frase, genial, y regresó apresurado a su casa para encerrarse por 18 meses a teclear la mayor novela del siglo XX. Vargas Llosa relata como la idea iba y venía, se transformaba y se reconstruía hasta culminar en una historia diferente de la original, pero con el mismo sentido totalizador de la idea que a los veinte años cimbró al escritor colombiano.
En este post, hablaré de mi proceso penélope, de esta novela que escribí más de trescientas páginas, algunas incluidas en este blog, que se fueron destruyendo o reconstruyendo. 
En mi caso, el proceso de transformación fue radical. Una noche de primavera, en 2012, observé un video y tuve una revelación. En ese momento empecé a idear la trama y escribí un cuento fallido de cincuenta páginas, Luna Rusa (Cuento Luna rusa), donde planteaba el tema pero no lo podía desarrollar pues me sobrepasaba, decidí que debía ser una novela. 
Mismo proceso que le ocurrió a Salvador Elizondo con Farabeuf, al conformar un cuento extenso, como apunta en su diario el 4 de marzo de 1963, “estoy madurando mi relato sobre el supliciado de Pekín, que ya había yo empezado pero destruí. Creo que ahora quedará mejor. […] Lo del supliciado me gustaría publicarlo en la Revista Mexicana de Literatura”. (Elizondo, Letras libres, p.?). Acto Después, Elizondo decidió una macrohistoria, una novela. Lo mismo ocurrió con La obediencia nocturna. En su Autobiografía Precoz, Juan Vicente Melo narra: “creo que llegué a un punto –en cuanto a estilo y temas- que no permite más ampliación. Mi novela, aún sin título representa (junto con un relato inédito que se llama “La obediencia nocturna”) un nuevo punto de partida.” (1966: 113) Relato que, ante el acertado comentario de Huberto Batis convirtió en una gran novela. 
Empecé a tramar la novela y conformé una historia cienciaficcional (si desean ver la escaleta Argumento y escaleta NDV3, a partir de la idea de Luna Rusa, con tres subtramas y una estructura a partir de la televisión, de esta historia escribí los primeros capítulos, más de cien páginas finales y dos proyectos para becas que no fructuaron. 
Poco tiempo después me di cuenta que el problema no era el tema sino el tratamiento, soy un lector y escritor realista, no cienciaficcional. Este pequeño giro, me obligaba a replantear la idea. Sería una novela realista, sobre el viaje a la luna y el proceso creativo -depuntado pues mi tesis de maestría versó sobre el proceso creativo y estaba inmiscuido en ese tema, bueno, aún lo estoy pero sólo en el paragón teórico- (si desean verla Escaleta NDV2), de este intento de novela, escribí tres capítulos NDV2 Cap 3 y más de doscientas páginas, pero, al final, la historia y el tratamiento no me satisfacía, así que a principios de año, rehice el proceso creativo, borré las huellas y abrí un nuevo documento en blanco para empezar a construir esta, mi novela.
Hasta el momento llevo tres capítulos y sigue adelante, seguro de que este es el proceso correcto. 
Por el momento creo que el proceso penélope de la escritura me sirvió no sólo para calentar el brazo al escribir más páginas y borradores de los que uno contempla, sino para definir lo que deseaba hacer y poderme entender en ese proceso.
En una siguiente entrada, hablaré del argumento de Nostalgia de vuelo.

Luna Rusa

Este es el inicio de todo el proceso creativo que he transformado durante los últimos dos años. Esta es la semilla, fallida en estilo y tratamiento, que dio pauta a la novela que estoy conformando.
Incluyo el primer borrador, sin correcciones, para mostrar la primera huella, escrita del 31 de marzo al 5 de abril de 2012.



ESTUDIOS PARA UN CUENTO DE CIENCIA FICCIÓN
/ó/
28 FORMAS DE OBSERVAR UNA LUNA RUSA
Para ti



David Núñez


(Physics makes us all its bitches)
Of Montreal

Beautiful view… Magnificent desolation
Edwin “Buzz” Aldrin

No me hagan ninguna pregunta y yo no les diré ninguna mentira.
Neil Armstrong


El aldeano respira el aire frío y exhala una nube de vapor que se pierde entre la noche. Instintivo, retrae los brazos para impedir que la ventisca se cuele bajo su abrigo y voltea al cielo. Es una noche de nubes opacas y estrellas diletantes. Desea recostarse sobre el césped y contar estrellas como cuando era niño, pero el frío se lo impide, así que estira el cuello sobre los hombros y siente cómo se contrae la espalda hasta quedar la cabeza horizontal, con la nariz ampulosa señalando el cielo.
Cada noche, al regresar a casa, se detiene en ese montículo y observa las constelaciones que le enseñó su abuelo. A la derecha, leones y animales de nombres míticos que nunca ha podido imaginar; a la izquierda, Orión, con su espada envainada y una estrella que calza, parpadeante: Rigel, su favorita. Todas las noches la observa con detenimiento e imagina qué se esconde detrás de esa luz furtiva, a millones de kilómetros. Cuestiona la existencia de mundos repletos con seres discordantes. O si, y en ese momento baja la mirada, en ese mundo habrá un hombre igual a él, con las manos llenas de barro y los pies entumecidos, que distingue esa estrella lejana que alumbra a la Tierra. Improvisa mundos hasta que escucha el balar de las ovejas y corre a casa. Esta noche, Rigel se esconde en el destello de luna llena.
Observa la estepa rusa, la desolación rodeada por montañas invernales y árboles plagados de rumores, y levanta la mirada, en lento barrido, hasta posarse en la luna. No recuerda la última vez que la vio tan grande, solo la voz de su abuelo una noche de abril en que no dejó de señalarla, entusiasmado.
-            A mí no me tocará verlo, lo sé. Daría un año de mi vida. Un año. – Observó la luna llena, mientras se frotaba las manos embelesado- … Tú eres joven, tú verás cómo plantan una bandera rusa sobre ella. Viajarás a Marte, conocerás otros planetas. Imagínate… Esto es sólo el inicio –repitió.
El montaraz miró a su abuelo, sentado en un tronco mientras su abuela atizaba el fuego.
-            No le metas esas ideas al niño, Nikolai. Son blasfemias. Sólo Dios…
Atrás, en la radio, el locutor recitaba el poema que Yuri Gagarin entonó esa tarde al abandonar la tierra.
Escucha el grito de su madre y corre hacia la única casa iluminada en toda la comarca. Deja atrás la luna, inmensa, que le alumbra el camino, sortea un par de ramas plateadas y brinca la cerca que contiene a las ovejas. Sus abuelos han muerto y ningún ruso ha llegado a la luna. En el pórtico recuerda la frase de su abuela. Tal vez sólo Dios pisaría la luna… y los americanos.

General. Ilustres camaradas. Son momentos difíciles para nuestra Madre Rusia y es momento de actuar. Hace quince años empezó una batalla que estamos a punto de perder.
Despertó sobresaltado. El cabello húmedo, la camisa empapada. Acercó la mano temblorosa al buró. A tientas buscó el vaso con agua que la noche anterior había dejado. La mano descendió abrupta. Abrió los ojos: por tercera vez se había quedado dormido en su estudio. Observó el reloj, las cinco cuarenta y cinco, y caminó somnoliento hasta el baño.
Es tiempo de ampliar nuestros horizontes, demostrar que podemos llegar aún más lejos que cualquier nación. ¿O alguien no recuerda nuestra historia?, ¿el dominio que ostentamos durante más de una década, y que en tres años se ha desquebrajado?
Después de desabrocharse la bragueta y escuchar el eco metálico del retrete, se observó en el espejo. Detrás de los rasgos torpes y un bigote desbocado, encontró nuevas arrugas. Culpó al insomnio, a los programas descartados, a la ausencia de su mujer. Por fortuna no tenía ninguna cana, pensó Vasili Mishin. Abrió la llave caliente de la regadera y observó el vapor que ascendía como virutas entre su cuerpo enjuto, los brazos enervados, el flácido pene en desuso, y recordó el sobrenombre que le pusieron en Siberia y sonrió.
¿Alguien podrá olvidar la gloriosa mañana del 12 de abril de 1961, cuando el comandante Yuri Gagarin, a bordo del Vostok 1, surcó los cielos a casi 30,000 kilómetros por hora hasta abandonar la tierra? Dentro de mil años se contarán las hazañas del ruso que durante ochenta y ocho minutos circundó la tierra.
Agachó la cabeza y sintió las gotas que caían a raudales, hilos que golpeaban la nuca, aplacaban el pelo, y retozó en el agua que caía sin espabilarlo. Aún tenía cinco minutos. Repasó su rutina diaria. La toalla de lana sobre su espalda, rociar el cuerpo con crema, con la misma fruición necesaria para alisar la cabellera ondulante.
Tan sólo cuatro años antes fuimos los primeros en atravesar la atmósfera e implantar nuestro glorioso Sputnik 1. Oh, qué decir del valeroso Alexei Leonov que el 18 de marzo de 1965 caminó por vez primera en el espacio.
Abrió su gaveta repleta de trajes desgastados. Ninguno acorde para la ansiada junta. El negro que utilizó en el funeral de Korolev. El café con los puños roídos. El azul marino que cumplía las funciones de uniforme. Escrutó el espejo por última vez, rastreando motas indelebles en su traje negro, y regresó al estudio.
Tres hazañas heroicas que antecedieron a los americanos. Recuerden el miedo que tenían de nuestro enigmático Diseñador Jefe, mi aclamado antecesor, Sergei Korolev. ¡Cómo analizaban nuestros cohetes que no sólo ascendían vertiginosos, sino regresaban sin inconvenientes a suelo siberiano!
Sobre una mesa de metal centellante, con marcas de tazas de cafés y bolígrafos de diferentes colores, contempló el fajo de planos monocromáticos, con líneas sutiles y números en las esquinas. La mano áspera, legado del campo de trabajo estalinista, siguió con un lápiz el contorno del UR-850. El cohete espacial insigne del Programa lunar soviético. Analizó el enramado de los motores, Los puntos de engrane, y las uniones sutiles de 54 motores, catorce más que el Saturno V estadounidense y sonrió al imaginar el cohete erguido, listo para detonar. Los tanques de combustible que almacenarían 3 toneladas de hidrógeno líquido. Acercó una hoja blanca, donde anotó las dimensiones de cada tanque del propulsor y calculó el grosor necesario para almacenar un gas volátil que debía permanecer a 252,87 grados bajo cero. Mientras calculaba el punto de congelamiento, para evitar que se gasificara, recordó las noches invernales en esa cabaña siberiana, y flexionó los dedos con resentimiento. Los cálculos eran exactos. Sería seis veces más potente que los L-4 que Korolev construyó.
¿Y después? Después nada. Nuestros ingenieros regresaron a sus oficinas a hacer cálculos para viajes ficticios. Es cierto, se perdieron años fundamentales pero es tiempo de retomar esfuerzos. Vengo ante ustedes no sólo a plantearles que aún podemos alcanzarlos, sino demostrar nuestra superioridad.
Apuró una taza de café y salió a la fría mañana de Móscú. Caminó con la mano arrebatando los planos al viento. Aún seguían prendidas las farolas.
En el último año, dos naves capitalistas se han posado sobre nuestro satélite. Y la pregunta es, ¿cómo vamos a contratacar? Camaradas, la Historia está en sus manos.
La puerta de la oficina permanecía cerrada y la sala llena de burócratas, científicos y militares en espera. Revisó el orden de los pliegos, con manos temblorosas. Aún faltaba dos minutos para la junta, podía retocar el discurso más importante de su vida.
General. Ilustres camaradas. Son momentos difíciles para nuestra Madre Rusia y es momento de actuar. Hace quince años empezó una batalla que estamos a punto de perder. Mejor, una batalla que podemos ganar.
El General Ustínov, seguía de pie junto a la ventana. Observaba la calle tapizada por la última nevada del año. Afuera, dos hombres apaleaban la calle, y un coche avanzaba con las luces prendidas, eran las cuatro de la tarde. Por la banqueta, un hombre con traje negro y papeles en brazos caminaba ensimismado. El General Zhavot, Consejero de Estado en primer mando, sonrió, y recordó el desprecio que sentía por Mishin. En la esquina, un radio de madera y perilla metálica resonaba el discurso del Soberano prometiendo que en tres años irían a la luna y antes de que la década terminara, a Marte. Se apartó de la ventana, a su espalda se perdió el Gran Palacio del Kremlin, y se sentó frente a la mesa ovalada. Estamos jodidos, pensó Dmitri Ustínov.
El coronel Adrik Leman caminó por la ladera más angosta, para evitar mojarse los zapatos negros con la nieve que se había transformado en fango. Cuando, al girar en una avenida colorida, vio la marquesina: “Cosmonáuticas. Teatro  lunar”. Se acercó a la mampara  y vio el cartel, con colores llamativos, azules, rojos y amarillos llorante, enmarando su rostro, atrás del Comandante Yurik Levkov y el Teniente Yerik Aijenvald. Impresionado, desplegó la gabardina y ajustó el sombrero. Se acercó a la ventanilla y con voz ronca pidió un boleto. La vendedora no volteó a verlo y él se escabulló al fondo de la sala.
La gente caminaba veloz, moviendo ágil la cabeza en busca de un lugar disponible. Cuando el coronel se dio cuenta de ello, miró en su derredor y se sorprendió al ver gente sentada en los pasillos.
Las luces se apagaron. Y un reflector gigante iluminó el centro del escenario. Un círculo en el que cabía dos adultos charlando, de pie. No se escuchaba ningún sonido. En ocasiones, un tosido al fondo, una plática disuelta, el arrastrase de una hoja por el suelo. Silencio. De pronto se escuchó una carcajada, detrás de la luz que alumbraba el telón rojo. Una risa pantagruélica, que subía a gritos hasta concluir con un simple quejido contagioso. A los dos minutos el teatro entero reía sin entender pero sin poder contenerse. Risas, carcajadas, aplausos, mezclados en un teatro con el telón abajo.
Súbitamente la risa se contuvo. Algunos espectadores continuaron riéndose pero así como la gente comenzó a reír, callaron. El coronel fue de los primeros en desvanecer esa sonrisa amplia que no trasmutó en risa. Y menor, cuando detrás del telón, apareció un hombre gordo y rosado, se podría llamar bonachón, con su traje de cosmonauta. Decidió, antes de levantarse indignado escucharlo. El hombre estaba sentado en una silla de madera con respaldo corto y rodeado por muñecos con trajes espaciales.
Explicó las instrucciones del vuelo
-            No todos somos cosmonautas. Hoy les permitiré serlo, revivir el viaje a la luna. Leeré mi diario de viaje.

Era una mañana soleada, como esta tarde. El teniente caminaba rumbo a su casa y vio pasar un papalote. Bueno, en Rusia no le decimos papalote pero ustedes lo llaman así, o comet,a así que es más fácil que yo aprenda español, a que todos ustedes me lean en ruso. El papalote era morado con contornos amarillo; era 1960, algún beatnik perdido entre la maleza. Bueno, en Rusia tuvimos nuestros propios beatniks, que eran nómadas y por eso hacían sus caminos y escapadas. Pero el papalote volaba firme y de pronto se escapó, el aire lo sostenía y empezó a flotar entre los árboles, entre la mirada de dos niños que lo vieron perdido, y del teniente que supo que él quería ser un papalote. No de genero sexual, sino que quería mutar de su  cuerpo de gusano a un ser alado, al lado del que piloteaba. Por eso él se quedará en el módulo, mientras nosotros bajamos a la luna. Este sistema se lo copiamos a los estadounidenses. Como en treinta años reproduciremos el sistema económico.
La primera vez que llegamos al simulador nos conectaron a una batería. Cables y conexiones a nuestro alrededor complicaba la de por sí difícil tarea de entrar. Imaginen la forma en que acomodas las piernas, el hormigueo en la espalda baja y los dedos sujetos, firmes a un manubrio diminuto. Una vez adentro, el Comandante me preguntó algo, pero déjenme le pido que se quede así, con la boca dispuesta a emitirla…

Durante cuarenta minutos dialogó con los muñecos que le rodeaban. Hasta que con un suspiro abandonó la silla, golpeó los muñecos que lo rodeaban y se desmaquilló frente al público. Cada vez que alguien le aplaudía, con un gesto firme les pedía que esperaran el momento indicado.
-            Sí, es el final de la obra… Entenderán, que, como aún no subo a la luna, no les puedo contar lo demás. Dentro de tres semanas, si todos vienen y él acepta, podrán conocerlo del cosmonauta en sí. Del coronel Leman.
La luz apuntó al Coronel, cegándolo de primer momento. Sólo luz blanca le rodeaba y escuchó los aplausos en cascada. Gritos, silbidos, aplausos que se fueron convirtiendo en rostros que le apuntaban con frenesí. En ese momento se dio cuenta que lo que iba a hacer sería histórico. La gente aplaudía con fuerza, le entregaron un ramo de flores y le pidieron que hablara, pero se rehusó con un sonrisa amplia y un suave movimiento de mano en saludo.
Abandonó la sala entre vítores y salió del teatro para perderse entre la gente.

Buenas noches, soy Emmett Seaborn, con un boletín especial desde Washington.
Este es un día aciago para la humanidad. Esta mañana el Primer ministro ruso, Leonid Brezhnev, dio un discurso que rompe con los acuerdos de paz. Brezhnev aseguró que para 1973 no sólo llegaría un comunista a nuestro satélite, sino pondrían los cimientos para una estación lunar. La finalidad, aseguró, es que antes de que termine la década, una bandera comunista ondee en Marte.
Por su parte, el presidente Nixon aseguró que la postura de la Unión Soviética es atemorizante, pero que Estados Unidos no se amedrentará. En estos momentos el Presidente se reúne con sus asesores para tomar una decisión y si es necesario contratacar.

Los reporteros corrieron hacia la camioneta, cámara en mano y micrófono captando idiomas disímiles. Una mujer, cabello negro y un broche con el escudo del partido comunista, se acercó a los cosmonautas. Cuando vio como las botas blancas contrastaban con el traje anaranjado y una pecera con bordes plateados ajusta la cabeza. Entendió que era un momento histórico y sólo ella tenía permiso para entrevistarlos.
El coronel bajó primero y se perdió entre las vallas de seguridad y se quedó con la mirada fija en un espectáculo que había contemplado cada mañana durante los últimos dos años, pero que hoy se veía diferente. Al fondo, magnánimo. Doscientos cincuenta metros de metal puro, cableado de níquel y 250,000 tornillos. Pero, sobretodo, las cuatro letras amarillas sobre un fondo rojo. De joven, jugaba a crear frases con esas primeras letras. CCCP. Nombres, ríos, estrellas, elementos que tuvieran esa letra contaban. El orden lógico era lo complejo. Durante los entrenamientos siguió conformando nombres. Pero en ese momento, no pudo pensar en nada. En ningún personaje, en ríos, ciudades y personas.
Detrás de él, asomó el piloto del módulo espacial, saludó a los oficiales que permanecían expectantes y tomó por el brazo a la reportera para caminar con ella. Había ensayado en múltiples ocasiones el discurso, donde explicaba los procedimientos que haría mientras sus compañeros estuvieran en la luna. Sin embargo, alguna extraña idea lo hizo desviarse del tema.
-            ¿Aún no les he presentado a  mis compañeros, verdad? –le dijo brusco a la reportera, quien perpleja, asintió.- Perdónenme, es que he contado esta historia tantas veces. Todos creen que el coronel es el único que puede contar historias.
Empezaré conmigo. Mi nombre es… Esperen, esta no es la forma de contar. Mi superior es el Comandante Yurik Levkov. El mejor. A los cinco años perdió su primer diente. Los doctores no entendían porque no mudaba. Sus hermanos menores ya tenían dientes firmes. En ese momento decidió que el diente se tenía que caer. Se subió a su azotea. Una azotea roja, firme de la madera que antes se daba, antes de que hasta la naturaleza se volviera light. O a poco nunca se lo preguntaron, ¿por qué los muebles de sus abuelos duraban más que los suyos? Pero regresemos, el comandante veía los coches, las avenidas, la florería donde su madre compraba las lilis y un perro, un perro que ladraba firme. Y dio un paso al frente, abanicó el cielo y cayó, con la nariz de frente, lista para golpear el cemento. En ese momento supo que, sin importar el dolor, eso es lo que quería hacer el resto de su vida. Volar. La sangre justificaba la sensación de libertad, de paz. Eso lo descubrió después, el significado. Para él, un niño, le gustó y lo quería repetir. La fuerza aérea fue un trámite. Y un domingo, que tenía permiso de salir a la ciudad, la conoció. Era hermosa, ágil, de movimientos extravagantes, pero sonrisa sutil. De esas mujeres que quieres volver a ver.
El segundo piloto. El coronel, que descenderá a la luna, es el señor Adrik Leman. Tuvo una infancia común. Feliz. Una madre sobrecogedora, hermanos entrañables, y un par de amigos bandidos. La etapa militar, eso fue llamativo. Su precisión de vuelo. La forma en que acomodaba los controles, en que las alas se expandían en la curva de una nube, en la caída del paracaídas cuando se autoeyectaba y dejaba que el avión cayera sobre el acantilado, era sobresaliente. Después se dedicó a beber en bares de irlandeses, de esos que un día del año visten al enano de verde y dejan que los niños les peguen. Un vez lo vi, no se si el coronel lo vio. Pero era un enano alto. Seguía siendo enano, pero el más alto que había visto en mi vida. Los calcetines de los demás enanos le apretaban, se notaba en su caminar. Y el sombrero verde se le subía cuando sonreía, como si fuese un mimo, un actor de carpa involuntario. Ningún niño se le acercó todos pateaban al enano más enano, pero con el del gorrito, nadie. Yo creo que los niños vieron lo mismo que yo, una anomalía, de las que te atemorizan, crees estar en presencia del mal. Pero el Coronel, hizo los mejores exámenes en precisión que se hayan registrado. Era absurdo, sus cálculos y la forma en cómo presentía los movimientos que tenía que hacer lo trajeron hasta acá. Es el encargado del viaje de regreso. Les pido un aplauso, a veces se achicopala, pero creo que siempre uno tiene ganas de ese aplauso involuntario, como el que ustedes ahorita van a hacer. Ven. Muy bien, el de atrás el primero. Me gusta la idea de sorpresa, el que a destiempo sale, es el que muchas veces mejor retrata, como el criado que aparece al fondo de las meninas, reflejado en el espejo de Velázquez. Ahora todos. Exacto. Tú también deberías de aplaudir aunque entiendo que no quieres perder la hoja. Es la 9. Bien sabía que o acabarías aplaudiendo o con esa sonrisa contenida en la comisura de los labios. De los labios tan hermosa gitana, debe de cantar alguna canción. Pero bueno, después del aplauso, que se que en parte también fue para mi, regresemos a los años en que decidió ser cosmonauta. ¿Por que sí les dije que somos cosmonauta y vamos a hacer el primer viaje a la luna verdad?
Todos entramos al mismo tiempo a la Academia. Estuvimos con los alumnos de Gagarin. Con los amigos de Koroliev. Todo lo vimos en desuso. Hasta que de pronto, un día. Un hombre nos habló de ir a la luna. Y aceptamos. Era la luna, o unas hermosas vacaciones en Siberia. Dicen que es más vello(sic) en invierno.
Durante meses, nos acomodaron en centrifugadoras Era divertido dar vueltas mientras bostezabas el desayuno. Después, repasabas los cálculos, (/&%$$


En doctorado mi clase predilecta era numerología y es que el número es tanto el lenguaje del universo, como una de las mayores creaciones humanas. Desde la música celeste de Pitágoras, la perfección de Fibonacci, hasta la posibilidad matemática e imposibilidad humana de que todo ocurra, el hombre se ha cuestionado de dónde surge la lógica matemática, del hombre hacia el cosmos o viceversa. Para ello ha creado “ciencias” como la numerología, donde se analiza la carga simbólica y formal de cada dígito, o disciplinas mágicas como la cábala. O como el viaje al espacio. Cuando suba al espacio lo único que me guiarán serán los números. Los que me dirán a qué altura voy, cuál es la velocidad, cómo es el trayecto, en qué parte alucinaré, perdón alunizaré, todo son números. El dedo que sostiene la hoja está conformado de números. Véase el digito, las líneas únicas que surcan las falanges, el color de las uñas, la forma está estructurada con números.
Pero creo que es momento de dejarlos, tengo un cohete que alcanzar. Agradezco su atención.
El coronel Núñez caminó hacia el transbordador que lo llevaría a la luna.
-            Coronel David Núñez. (ponerle un nombre en ruso) (dejar la nota) –dijo con la mano en el aire. La reportera sonrió.

Buenas noches. Después de dos años de reuniones oficiales y fracasos. Estados Unidos ha puesto un ultimátum ante la OTAN. Si no desisten de su campaña armamentística, el proyecto del módulo lunar es inaceptable. De continuar así, Estados Unidos replegará toda su fuerza para evitar que la amenaza comunista llegue hasta nosotros. Por el momento, catorce bombarderos avanzan hacia nuestras bases en Asia y Europa Oriental, en un remedo a lo que ocurrió hace once años durante la crisis de los misiles.

-            Señores, el Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética desea tomarse una fotografía y decirles unas palabras a nombre del pueblo ruso, antes de subir al…– dijo un hombre con los brazos firmes sobre la mesa oval.
-            Señor secretario- interrumpió una voz encubierta en traje militar.
El secretario se levantó, no sin antes excusarse y caminó hacia la puerta entreabierta.
-            Los Americanos han desplegado… –La voz se perdió en el pasillo.
Los cosmonautas se quedaron en silencio, lanzando miradas furtivas a la puerta. Durante tres minutos analizaron las paredes despobladas, las junturas en el techo, una mosca plantada sobre el archivero, sin que se mezclara ningún ruido. Hasta que el comandante con el rostro firme y los dedos entrecruzados, habló.
-            Debemos hacer algo, por el bien de Rusia.
El Teniente Aijenvald levantó las cejas inquisitivo y el coronel acercó la silla metálica para discutir una estrategia, hasta que la puerta se abrió y temieron que los hubieran escuchado.

El coronel Leman desciende de la camioneta, el traje naranja con botas blancas, y queda fijo, observando los símbolos de nuestra amada Rusia. De pronto, una reportera, con una cámara destellante y el micrófono amenazante, se acerca hasta él.
-            Coronel Núñez, ¿nos puede decir algunas palabras antes de subir al vuelo más importante de su vida?
-            Lo siento –dijo el coronel, con sequedad- no doy entrevistas.
-            Hablen con el encargado de comunicación –dijo una voz que se perdía entre los fotógrafos- él les responderá sus preguntas.
El coronel Núñez subió por la escalinata roja hacia el elevador, que lo transportará cinco pisos hasta llegar a la plataforma donde descansa el módulo espacial. Se detuvo en espera del Secretario Brezhnev, pero sólo un hombre de calvicie pronunciada y gestos marciales le tendió la mano. Y dirigió unas palabras en nombre del Partido y el pueblo de Rusia, hasta que un soldado les indicó que era tiempo de partir.

Ajustaron los cinturones. Revisaron el tablero, y por incontable ocasión, preguntó si todos los comandos estaban en orden. Era el momento de salir de la tierra. Sintió una bocanada que le hizo ver que estaba a punto de vivir algo importante y sintió un momento de silencio. Silencio. Hasta que Yurik Levkov entronó el discurso que tantas veces había ensayado. Era un fragmento de Pushkin por el que sentía debilidad; todos lo sabían pero las entonaba como propias.
Cuando terminó. Los acompañantes asintieron en agradecimiento. En ese momento se escuchó la voz del jefe de comunicaciones de Moscú. Y el Glaz-Temnati[1] respondió a la brevedad. Y Kremlin lo escuchó diáfano. La gente veía por las pantallas gigantes el rostro de los cosmonautas, los movimientos que ejecutaban a la par que escuchaban el conteo final.

Empezó el conteo final
Diez.
El altavoz percute, se blande ante la ventisca helada. Vientos que bajan de Siberia, murmuran las ancianas.
Nueve.
Dos mujeres se santiguan a escondidas.
Ocho.
Un hombre las observa con desprecio mientras sus dedos se enmarañan en santa cruz.
Siete.
Siete vacas pastan indiferentes. El hocico succiona una hebra de pasto que le cuelga entre los labios. A lo lejos, una bufe, con las patas afianzadas al césped, agita la cola ahuyentando una mosca que desea posarse en su ano.
Seis. Enciendan los propulsores.
Un fuerte olor a resina quemada se cuela por las avenidas que rodean el campo del Chkalovskoye. Los depósitos de combustible se sacuden vigorosos y un hombre se abanica con el periódico más vendido en la República. Entre sus dedos sobresale una fotografía de primera plana entre letras cirílicas; reproducción exacta del paisaje que le precede. Abre el periódico y busca la sección deportiva.
Cinco
Maldice, su equipo perdió la noche anterior.
Las pantallas acopladas en paralelo retratan todos los ángulos posibles: las tiendas de campaña que turistas implantaron hace dos semanas; la cabina metálica; el rostro serio de El diseñador Jefe; las manos nerviosas de la esposa que sostiene en sus piernas a un niño que no deja de preguntar por su padre; la multitud que inunda la Plaza Roja. Un hombre se ajusta los lentes de pasta gruesa y con un dedo presiona un intercomunicador: “Cámara 1, lista”.
Cuatro. Ajuste los controles, Podpolkovnik.
El comandante Levkov ajustó los controles, en el orden preciso, como cientos de veces en las pruebas de vuelo, sin observar a los cosmonautas que lo secundaban, y escuchó por el auricular del casco el conteo final.
Tres. Los propulsores babean fuego; no hay marcha atrás. Dos. El Glaz-Temnati se desprende de la tierra y con una rapidez parsimoniosa las cuatro letras en su costado se pierden entre una nube de polvo y luz estigmatizante. Uno. Las cámaras observan el cohete alejarse. Las mujeres piensan en los astronautas con deseo; los hombres con la envidia que sólo la admiración suscita. Nueve minutos más tarde, entre las embestidas de siete fuerzas gravitacionales que obligan al coronel a contener el vómito, y un ensordecedor ruido que les impide comunicarse con la base, abandonan la tierra en dirección a la luna.

Siente como el traje se adhiere a su cuerpo, como ventosa. El asiento metálico se incrusta en cada extremidad. Los brazos firmes, las piernas rígidas, el conteo invariable que se pierde entre el estertor de los motores hasta despegar. Ascienden lento, arrastrando 60 toneladas de material incandescente que abandonarán como si desovaran. El comandante arrastró la voz cuando indicó los niveles de combustible, la altitud y velocidad. Yo únicamente veía como las nubes pasaban a mi lado. La ventanilla derecha me quedaba a la distancia perfecta para ver el paso de la tierra. Las montañas se convirtieron en manchas verdes rodeadas de tierra, rodeadas de agua, rodeadas de nubes que se sucedían en chispas.
-            Ocho kilómetros y medio. 500 presión. 4.25 at. 30,000 km por hora y en ascenso.
-            124 este. 148 norte. 34-43
-            Motor secundario listo. Fuego.
En el viaje, el tiempo es relativo. Tantas emociones aletargan. Como al subir a una Amerikánskiye Gorki, la montaña que de niños vieron con admiración y miedo. La enorme montaña rusa que cuando lleguen a la altura o edad necesaria dominarán. Y ahí estás ustedes, firmes en la fila, seguros que lo lograrán. Se suben en la montaña, el cinturón firme, la idea de que una vez arriba no se pueden bajar y empieza a avanzar, escuchan la madera crujir bajo sus pies y ven la pendiente acercarse y al final una curva. ¡La nave va a descender en curva!, piensan o al menos eso creen, cuando sienten el aire contenido, como si fuesen a hundir la cabeza en agua, y caen. Y ese instante en que se aferran a la inercia sienten mucho, y a la vez es brevísimo. Así es despegar.
Sienten el impacto de la gravedad que les obliga contener el aire, la presión sobre los brazos, acartonados, muslos sujetos a la estructura metálica. El comandante mantiene fija la vista en los controles. Es el encargado de controlar la nave y los cálculos tienen que ser inmediatos. Mientras el teniente me da el resultado necesario para cuadrar, el coronel tiene que narrarle a Moscú lo que ve por la escotilla. El espectáculo tiene que ser mayor que cuando los americanos llegaron a la luna. Levkov lo sabe. Tiene todo en la cabeza. El teniente comienza a transcribir los datos. Moscú los escucha atento.
-            Once kilómetros y medio. 490 presión. 9.25 at. 50,000 km por hora y en ascenso.
-            124 este. 157 norte. 34-98.
-            Motor terciario en posición.
-            Cambio, control.
-            Entendido, Glantz. Moscú recibió todos los datos.
-            Abandonamos atmósfera. 40 kilómetros. 120 presión. O at. 10,000 km por hora y en descenso.
-            124 este. 220 norte. 36-07
-            Cambio, control.
-            Entendido Glaz, Moscú recibió todos los datos.

Oscuridad. Oscuridad absoluta. La noche más noche de mi vida. Una noche como vacío. Tristeza. O más bien añoranza, de una paz que no recuperarás. Una paz tan grande que todo se vuelve silencio. Eres tú y la negra oscuridad. No hay estrellas. Y hacia abajo una nubosidad. Aún no estás en el espacio, sino en una suborbita. Asi que n ves la curvatura de la tierra, ni la luna que queda a tu espalda. Solo nubes tan delgadas q nublan la vista.
Escuchen al comandante Yurik Levkov vociferar números. Esos números perfectos. Que reúnen desde la música celeste de Pitágoras, la perfección de Fibonacci, hasta la posibilidad matemática e imposibilidad humana de que todo ocurra, el hombre se ha cuestionado de dónde surge la lógica matemática, del hombre hacia el cosmos o viceversa. En este momento les puedo asegurar que el cosmos y el hombre están hermanados. En un abrazo que trasciende dicotomías. Eso es lo que los números indican. En un complejo enramado de signos.
       El traje se siente mucho más suave. Una pluma empieza a levitar, asciende lento a nuestro alrededor. La pluma blanca va subiendo y se ladea, si la toco avanza en la dirección impulsada. Newton tenía razón. Giro en derredor, para ver qué más flota. Los controles están inalterados. Por fortuna, no veo flotar ninguna pieza que los técnicos no hayan ajustado y ocasione nuestra destrucción, pero sí un par de papeles y una fotografía. La tomaré para ver quien nos acompaña en imagen a este viaje. Es una foto nueva, de revelado technicolor. Con un fondo marrón y un sofá color mamey. Lo último en moda, 1973. Tal vez en ese sillón, se sentó esta mañana el presidente. Tal vez en ese sillón, supo que iríamos a la luna, que nada lo podría cambiar, que estábamos listos y el sería nuestro comandante. La esposa, con la falda azul marino a la rodilla. Un suéter color durazmo y el pelo rubio que cae como rebanadas. Cargando a un niño, un niño rubio, de corte en redondel, como principito, que lo hace ver un poco desaliñado para la firmeza del comandante. Pero gracias a esa ligereza, se percibe cierta simpatía, y en ocasiones ternura, del que ve la imagen. Alrededor, no hay perros que jueguen en al jardín, ni sirvientes, sólo máquinas que hacen todas las labores del hombre antiguo: muele en segundos trozos firmes de carne, verduras en un chasquido, y si no las tapan, el contenido sale disparado. Junto, un horno eléctrico. Y lo más sorprendente un pequeño aparato donde ve cintas. Gracias a esos aparatos, no sólo ustedes no pueden ver en este momento, pero también quedará grabado para la posteridad. O mínimo para el escrutinio.
Ocho segundo después de que el Coronel comenzó a narrar lo que percibía, la nave salió de subórbita y se escondió en las profundidades del espacio.
Los objetos comenzaron a levitar. Y ellos sintieron un golpe seco, como un enfrenón, habían pasado de 9G a la ingravidez. Respiraron aliviados. Habían abandonado la tierra a salvo, era un pequeño aliciente para un pueblo repleto de temores.
Ahora el viaje había comenzado para la tripulación. Un ruido los hizo girar al unísono. Era el motor de enfriamiento. Nunca lo habían escuchado. El simulador nunca se había sobrecalentado. Barajaron todos los posibles desperfectos y ruidos que se pudiesen generar, hasta que uno entendió lo que era y se los explicó a los demás. Todos rieron al unísono. J aja ja. Dijo el mayor. Jajají, replicó el menor. Aquí sólo rieron, no hubos ni jajaja ni jajají. Sólo rieron. Y por poco tiempo. Era fundamental que los tres revisaran el funcionamiento de todos los aparatos.
(No contaremos esta parte, plagada de tecnicismos que ni ustedes ni el escritor conoce.)
Hasta que se dictó el último número, un siete perfecto, los tres sonrieron y se dieron cuenta que todo había salido a la perfección. Aún cuando habían duplicado la velocidad de los estadounidenses. Es decir, que sí se podrá llegar a Marte antes del final de la década, manifestó el teniente Yerik. Todos asintieron orgullosos, Rusia había triunfado. Korolov y Gagarin estarían orgullosos de ustedes tres. Y, en ese momento, usted se tendió a tu lado descubrió la felicidad. Se quitaron el cinturón de seguridad y dejaron que la piel se desincrustara del asiento y echaron a volar. Como soñaron de pequeños. ¿A poco tú, no? Volar, como superhéroe, como Peter Pan. Sentir esa suavidad que el contacto con el entorno elimina. Dejaron que la gravedad los llevara. El comandante Levkov golpeó con los controles. El teniente se acercó a la pared, y pudo ver la oscuridad que el coronel narró. Y él sólo dejaba que el cuerpo fluyera. Tenían pocos segundos para hacer esto, pues había que revisar el cohete en su totalidad. Cuando terminaron, regresaron en forma no coordinada a los asientos a revisar sus tareas. Faltaban menos de dos días para llegar a la órbita de la luna. En lugar de tres como los americanos. Y tenían mucho trabajo que hacer. Cada uno con tareas especificas, una cuál más apasionante que la otra.
Por fin observaron la luna, era gigantesca, mayor de lo que la imaginaron durante los últimos dos días que navegaron el espacio. El comandante consideró que era momento de pisar la luna. El coronel se despidió del teniente y le dio una palmada en el hombro, entre afecto y lástima. Yurik sólo lo saludó de forma militar y se perdió en el túnel. El teniente asintió, regresó a la cabina y se ajustó el cinturón, dentro de cinco segundos sentiría un fuerte impacto, síntoma de los motores al desprenderse y tendría que avistar por la escotilla como se plantaba en la luna. Al verlo partir no pensó en que era uno de los pocos seres humanos que podrían vivir esa soledad absoluta que brinda estar a doscientos kilómetros de sus compañeros o a cuatrocientos mil de los humanos, ni en el color de la luna, o las estrellas que despuntaban solitarias, como él, sino en las características del módulo que tantas veces habían estudiado.
Siente como el El Lunniy Korabl se desprende. El primer encendido funciona. Lo que significa que el sistema de energía eléctrica compuesto por 5 baterías de plata/zinc (Tres de ellas estaban ubicadas en el LPU, y las otras dos en la Cabina) generando una continua a 36 V y dos inversores con corriente alterna a 125 V y 420 Hz; no funciona a la perfección, lo que le comunica a Moscú. Aún no pueden verificar todos los sistemas dentro del Módulo lunar, la primer prueba fundamental. Ya que el sistema de energía condiciona los sistemas de propulsión (empuje, ascenso, descenso), 4 interruptores de encendido, el sistema de comuniación VHF, el sistema de regenerador atmosférico, suministro de oxígeno y presión LPPS –sin gravedad, los pulmones colapsarían y los niveles cardiovasculares se estabilizarían en detrimento de la circulación. Y el sistema de navegación, y luminosidad frontal con destellos visibles por el sextante del módulo de mando hasta una distancia de 722 km ó 239 km a simple vista. Las luces de posición con un rango de 277 m.
Después de noventa y cinco segundos, puede ver por la ventanilla, su estructura de Duralmino con un tratamiento T6, que le permite mantener la fricción y pesar menos de 17 toneladas. Altura: 5,2 m, Diámetro de la Cabina 2,3 m x 3 m. LPU desplegado: 4,5 m. Volumen habitable: ~ 5 m3. # tripulantes: 2.
Empieza la etapa de frenado, denominada Block D, que concluye a cuatro mil metros de la superficie, a una velocidad de 100 metros por segundo o 360,000 km/hora. Sienten como se detienen en seco, el Block E, comandada por el sistema de Radar Planeta a 850 kg de empuje. Después de eliminar la componente vertical de la velocidad, el cosmonauta hacía la maniobra final, auxiliado por la SAU (Sistema de Guiado Automático), respaldado por una computadora de a bordo: WBTsVM, con 20,000 operaciones por segundo, alimentada por datos de tres canales en paralelo.

Buenas noches. Se prevé que esta noche el cohete soviético alunice. En el consejo de las Naciones Unidas, el presidente Nixon aseguró que si los rusos decidían construir su edificación lunar o plantar la bandera, Estados Unidos lo consideraría una afrenta y atacaría territorio ruso. En estos momentos, los buques rusos avanzan mordaces hacia territorio americano.
Son momentos difíciles para la humanidad. Esperemos Dios esté de nuestro lado y que bendiga a América.

El coronel se sentó en el primer asiento, y el comandante ocupó el lado derecho del módulo. Todo estaba listo. Los motores principales encendidos. Sólo faltaba la orden. Se escuchó el siseo del comandante al proferir: “fuego” (sé los siseos son s, pero en este caso así fue), y el propulsor escupió con tal fuerza que sintieron cómo los dedos de los pies se prensaban.
El módulo lunar se separó de Glatz y se dirigió a 28,000 km por hora hacia una órbita mucho menos resistente que la nuestra. Una vez que orbitaran, como Frank Borman y su tripulación el 21 de diciembre de 1968 a bordo del Apolo 8, podrían ver la respuesta mecánica a la gravedad de la luna. Mientras, sólo volaban en un espacio repleto de partículas plateadas, como las que describió John Glenn, sin luminosidad de luciérnagas sino espectro de luna.
(Como no se si entiendan la historia que les estoy contando, les transcribo ese suceso descrito con firmeza por Tom Wolfe en Right Stuff.
“Y entonces… ¡agujas! Una tremenda capa da ellas… un experimento en comunicaciones de las Fuerzas Armadas que se descontroló… Miles de agujitas brillando al sol fuera de la cápsula… Pero no podían ser agujas, porque emitían luz… eran como copos de nieve…
-Aquí Friendship- dijo-. Intentaré describir dónde estoy. Estoy en medio de una gran masa de partículas muy pequeñas, brillantemente iluminadas, como si fueran luminiscentes. Nunca había visto algo así. Son un poco redondeadas. Pasan junto a la cápsula y parecen estrellitas, es como un chaparrón de estrellitas. Giran alrededor de la cápsula y se amontonan frente a la ventana y todas están iluminadas. Deben tener una media de dos a dos metros y medio de separación, pero las veo perfectamente debajo de mí también.
- Roger, Friendship 7 –era el comunicador de cápsula de Isla Cantón, en el pacífico. ¿Oyes algún impacto en la cápsula? Adelante.
- Negativo, negativo. Son muy lentas. No se alejan de a más de unos cinco kilómetros por hora o cinco y medio.
[…]
Glenn siguió hablando de sus luciérnagas. Estaba fascinado. Era lo primero verdaderamente desconocido que se había encontrado en el cosmos.”)

Detrás de las esporas plateadas, se encontraba el cráter donde aterrizarían. El coronel sujetaba el mando, el comandante calculaba y repetía cifras retocables, y descienden con parsimonia. Hacia el mar galileano que les espera, en una demarcación sombría que esperó oculta a la atenta mirada del astrónomo italiano.
Durante 1610, Ab Urbe Condita 2363 o año 988 del calendario Persa, célebre porque llega el te a Europa de mano de los holandeses y Ben Jonson publica El alquimista,  Galileo perfeccionó su telescopio y lo dirigió hacia la luna. Primero analiza las fases que separan el día de la noche, las aristas ocultas en la desaparición paulatina del astro y de pronto descubre que Aristóteles estaba equivocado, el universo no es perfecto y la luna estaba plagada de valles y montañas. Con cálculos afortunados, declara que las montañas lunares son gigantescas, casi tan grande como el desconocido Everest. Y las anotaciones las publica en su Sidereus Nuncius, su mensaje sideral, donde aclara que “Esta superficie lunar repleta de manchas, como los ojos azul oscuro de la cola de un pavo real, se asemeja a aquellos vasos de vidrio que adquieren una superficie rugosa y ondulada si aún calientes se introducen en agua fría y por eso el vulgo los llama vasos de hielo. Pero las manchas grandes de la misma Luna en absoluto se ven de semejante forma, rotas y llenas de huecos y protuberancias, sino que son más iguales y uniformes. Solamente surgen aquí y allá algunas áreas más claras que otras. De modo que, si alguien quisiese recuperar una antigua teoría de los pitagóricos, es decir, que la Luna es casi como otra Tierra, su parte más clara representaría la superficie terrestre, pero la más oscura congruentemente sería la superficie del agua.” Y sobre ello, se determinó que las cavidades de la luna se llamaran Maris, por su desinencia latina. Veintitrés mares con terminología poética, como la serpenticia Mare Anquis (mar de la serpiente), el célebre Mare tranquilitatis, o el Mar de las islas. Algunos se pierden en soledad, otros confluyen en el Oceanus Procelarum, u Océano de las tempestades, con una extensión de 2568 km. Surcos pluviales donde “un dios poderoso, habría hundido el mar en la tierra”, conformando desiertos cubiertos de basalto.
El cráter Tsiolkovski. Depresión topográfica, de forma circular y márgenes elevados cubierto por lava basáltica en oscura asimetría y una bahía que descansa en el muro noroeste, a pocos kilómetros del pico central, los acogerá por los próximos días en tan breves periodos que se diferencien, que parecerá un periodo mucho más breve, es el más cercano al lado oscuro del satélite. La razón es política, los dirigentes del partido comunista no desea que cualquiera pueda ver su centro espacial. Y es que desde la tierra no se pueden ver las banderas ni los rover americanos, pues el telescopio más grande es 10 veces más pequeño que lo que se necesita para ver eso. Veinticinco metros de diámetro mediría el lente necesario. El problema es que los planos están pensado para un centro 37 veces más grande que el rover. Cualquier telescopio de la tierra podría observarlo en una noche despejada y de luna llena. En cambio, es ese espacio especial, el halo de la luna impediría que los primerizos se enteraran. Por Estados Unidos no se preocupaban, en ese momento no tienen satélite, y en el momento que lo envíen, se le muestran los planos como un intento de acuerdo de paz, pero declinaran la oferta, al creer que no son los verdaderos. De cualquier forma, cuando el complejo esté armado, ellos empezarán a construir el suyo. Pero antes deberán construir cohetes tan potentes, que puedan llevar esas placas de construcción. De un material que aún no se completa, por ello, esta primer misión, tiene que observar, traer muestra y lo más importante, declarar ese territorio como un espacio ruso, como una más de las Uniones Repúblicas Socialistas. Como Colón y Magallanes que detrás de su descubrimiento se encuentra un ardil político innegable.
El coronel observó la luna. El polvo que se agitó cuando aterrizaron, continúa flotando, como arena que se levanta cuando los pies se incrustan al correr. Sonrió. Había llegado a la luna, como se había planteado de niño. La veía tan cerca, que sentía temor de bajar. El comandante Levkov, sonrió, le preguntó si “quería tomar un paseo”, se ajustó su traje y comenzó a revisar las funciones finales. La nave estaba en perfectas condiciones.
Revisaron los niveles de oxígeno del tanque y abrieron la escotilla. La luna era hermosa, más de lo que se había imaginado. Cuando los americanos llegar a la luna, el coronel pertenecía al ejército. Era del grupo preasignado para ser astronauta, del grupo que se tuvo que conformar por los muertos en accidente o combate. Él siempre quiso ir al espacio, pero en especial a la luna. Marte no le interesaba, su rojo distante y el ardor en el aire no los deseaba, como caminar entre esa luna que cada noche veía y resguardaba un deseo contenido en su circularidad. Y la tenía frente a él. A un paso. La observó y recordó esa mañana, cuando los americanos llegaron a la luna, el coronel pertenecía al ejército. Escuchó la frase de Neil Armstrong “Este es un pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad” y se embriagó de encanto. En cambio, cuando “Buzz” Aldrin descendió, con esa seguridad teológica, su frase fue más sincera: “Hermosa vista… desolación magnificente”. El coronel entendió a lo que se refería cuando estaba frente a ella, por fin, ese deseo disperso en Aldrin era cierto. Era sombrío, magnífico.
Descendió. Desciende. Descendí. Desciendo con lentitud, cada paso firme, con las manos apretujando el pasamanos y los ojos fijos en el módulo lunar. Hasta que mi pie golpea el quinto escalón. Falta uno, y la luna se socializaría. 
La textura no es tan firme como la tierra, las botas blancas se incrustan en la arena, dejan una huella transversada. Giraré. La cámara en mano y trataré de describirles a todos los que nos escuchan lo que se siente y se ve en este lugar. “Espero sea lo suficientemente elocuente para poder describir una porción de lo que se siente”, me dijo el comandante Yurik Levkov cuando bajó el último peldaño.
El Coronel le preguntó qué veía. El comandante respondió que no había forma de describirlo, que a lo mejor su esposa conociera las palabras correctas. El comandante guardó silencio y se quedó observando los contornos grises, las colinas de granito, el suelo dispar que rodeaba todo el horizonte, no había nada que entorpeciera la vista, era la majestuosidad y el silencio. Un silencio como cuando una nota se calla.
En ese momento, el coronel deseo hablar con su esposa, que estuviera ahí. Siempre, cuando veía la luna pensaba en ella. En el día que la conocí. En el día que le conté que sería astronauta. Fue antes de que nos casáramos. Y es que ir a la luna no son tres días. Ocho meses en una base militar, donde sólo puedes pensar en ser cosmonauta.
Deja eso.
¿Es tu pluma?
Sí.
Me gusta cómo huele la tinta. A arroz húmedo.
Tápala. Se va a secar.
Cuando sea tu cumpleaños te regalo una. ¿Qué color te gusta más, rojo o azul?
No hay plumas rojas, Anja.
Claro que sí. Hay verdes, amarillas, rosas…
No de este tipo.
¿Cómo que de este tipo, astronauta?
Es una pluma fuente.
¿Entonces no quieres que te regale nada de cumpleaños?
Como tú quieras.
Yo quiero regalarte todo. Ayer pasé frente a una tienda--
¿Cuál?
No te puedo decir, si no, no sería sorpresa. Y vi un regalo perfecto para ti. Cuando caminaba de regreso a casa me entristecí.
No quiero que me compres nada caro.
No fue por eso. ¿Recuerdas cuando los viernes salíamos de trabajar y caminábamos por las calles, con las cafeterías llenas y los cines iluminados? Todo desaparecerá.
Tengo que ir, Anja.
No quiero ser la viuda del cosmonauta. Quiero vivir contigo, que les contemos a nuestros hijos del árbol en el que escribiste mi nombre… Abrázame.
No llores. Dentro de poco estaremos juntos.
¿Y que haré sin ti…?
Me esperarás.

El coronel observó la luna descampada y sonrió. Lo esperó. Por ella estaba ahí. El comandante recordó a su hija, la mujer que lo transformó. Cuando nació decidió ue cambiaría su vida. No se le cruzó por la mente dejar de volar aeronaves aunque arriesgara su vida en cada viaje; decidió ser duro frente a los demás para que con ella no tuviera que serlo. En este momento, se dio cuenta que su familia nunca vería las maravillas contenidas más allá de la tierra y sintió la desolación del cielo profundo.

Las piernas acompasadas de los militares inundan la Plaza Roja de Moscú. El Secretario General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética observa la televisión con el teléfono rojo en la mano. Detrás de la línea se escuchan amenazas que se pierden en un silbido continuo.
Abajo, la gente ve las pantallas en silencio, sin temores finitos, y 193 millones de televisores reproducen el caminar acompasado del Comandante, con la bandera en la mano derecha, sujetando el tubo metálico que la alzaría, hacia el coronel, que relata las características de esa luna pocas veces mancillada.
La cámara en el módulo de mando muestra la superficie rocosa en desnivel, la cámara enfoca las montañas y surcos invisibles para los telescopios terrestres, la asimetría ante la puesta de sol, que cada ciento dieciocho minutos se planta frente a la escotilla.
En la base del módulo lunar, una cámara retrata en jump cuts entorpecidos por la señal que se difumina, al Coronel alejarse de un plano medio a un plano general. El comandante lo espera, de espalda a cuadro, esparciendo polvo, como pie inmerso en la arena.
La visera del comandante resplandece la mirada del coronel oculta en un traje anaranjado que reluce ante el amanecer de la luna. El coronel enfoca al comandante desplegar los brazos en Plano Americano. Como vaquero dispuesto a disparar antes de que el sol se oculte en la oscuridad.
No se ven estrellas. Dos hombres en la estepa lunar con un blandón rojo de contorno rojo, en contraste con el asta amarilla.
En una casa olvidada en las estepas, tres niños, con las piernas cruzadas y las manos cubiertas de fango, observan el televisor. La madre baja la flama de la estufa, el agua en el caldero hierve. Con rebanadas finas destaza cebollas hasta que escucha el sonido tenue que titila.
Se asoma por la puerta de la cocina y ve las líneas grises que se reproducen en la pantalla, escucha el estornudo del hijo más pequeño y una luz ciega la casa de vigas de metal y paredes colonizadas de resplandor.

Un constante delay, ejemplo de la distancia abismal entre la tierra y la luna, impidió que vieran la luna ondeando sobre la escalpada luna. El Coronel sonrió al ver la bandera de Rusia, mutada en símbolo de unión, como lo deseó Sergei Korolev al nombrar Soyuz al programa que los llevó a la luna. El comandante saludó a la cámara y profirió palabras fraternas sin escuchas. Cuando esperó el reclamo de Moscú, los gritos profusos de líderes y miembros del Partido, al trastocar el lábaro, sólo escuchó la interferencia y en ese momento vio la mano alzada de su acompañante, señalando las nubes eléctricas que ennegrecían los continentes. Desencajado, caminó hacia la tierra mientras repetía órdenes de respuesta que nunca llegaron.
-          Módulo de Mando, aquí Venera, cambio… Módulo de mando, aquí Venera en espera de órdenes de Moscú, cambio.
El módulo de Mando se encontraba vagando en el área más oscura de la luna. Hasta dentro de veintiséis minutos podrían entablar conversación.

DISCUSIÓN ENTRE LOS DOS POR QUEDARSE?

-          … Allá no quedará nada, o no llegaremos a tiempo. Y si ella sobrevive en la tierra, espero que escuche, quiero contarle esta historia, que la sienta conmigo, para que vea que esto lo hice por los dos, para regalarle la luna- dijo el coronel con seguridad, mientras recordaba instante los ocho meses que permaneció incomunicado de su esposa. Él no sabía, pero estaba prohibido que dejara constancia escrita de sus acciones, desde ese día no volvió a escribirle una carta a su esposa, ni siquiera la última noche que permaneció en tierra, observando el pelo lacio sin saber que era la última vez que besaba su espalda desnuda. Nadie le impediría contarle sobre la luna.
-          Adrik, es una orden –gimió el comandante.
El coronel negó.
-          No todo está perdido. Piense en su esposa, en su hijo.
El coronel le dio la espalda y plantó la vista en el horizonte. Dunas, cráteres y el cielo más oscuro que haya visto, y comenzó a describir lo que le rodeaba.
-            Coronel, es una orden.
El coronel se detuvo en seco y, sin voltear a verlo, alzó la voz.
-            Comandante, usted regresa a la nada.

VIAJE A LA SEMILLA


En el jardín Un cerezo se balancea con la ventisca, las flores ascienden en lento baile regenerador hasta posarse en la rama abrigada de carmín. Del cuarto de madera se cuelan las primeras palabras de una pareja, sáraepse eM.

-          Me esperarás.
Las vías del tren arrastran máquinas gigantescas. Rompecabezas de aluminio con rumbo secreto. Las chispas caen sobre el traje térmico del soldador. Las piezas comienzan a tomar forma vertical. En una cámara sellada bocanadas de fuego arropan tres trajes anaranjados. El comandante Yurik Levkov estrecha firme la mano del Jefe diseñador y divisa una sonrisa que nunca había mostrado en público. El coronel entra a un cuarto y con el casco y los auriculares encendidos narra el paisaje hasta afinar la elocución. El avión asciende a 40 kilómetros y empiezan a levitar, el teniente se impulsa un metro y sus acompañantes lo persiguen en nado aéreo. Una reportera con el pelo rojizo estira los labios y con un contoneo de piernas doma al teniente. Los cosmonautas abandonan la tierra en elevador, a los lejos se ven las ramas de los pinos que se bambolean a sus pies. Asciende el cohete a una velocidad que aumenta. 87 kilómetros, abandonamos atmósfera relata el comandante, el teniente lo secunda con datos. Observan la cordillera rusa repleta de nieve y la música de los astros se cuela como interferencia. Moscú responde escueto, los Estados Unidos despliegan a sus tropas turcas. Japón sirve como carguero, el átomo descansa en balines metálicos. Puntos anaranjados flotan en el espacio, ensamblan el módulo lunar. Segundos. Horas. Dos días de espera hasta resplandecer luna. Se despiden con un fraterno abrazo que se interrumpe por la separación de la nave donde viaja el comandante con el Coronel que maniobran el módulo lunar con la soltura necesaria para descender en el cráter Tsialovski con delicadeza, preparar la cámara y replegar la bandera que detendrá la posibilidad de una guerra. Bombas caen como racimos.
Era una mañana soleada. Los niños se levantaron temprano, las madres sacudieron la cocina y los padres sellaron papeles en Kremlin. Los niños cabalgaban en bicicletas de suburbios kansacianos. El presidente Nixon se ajustaba la corbata negra frente al espejo y rezaba en voz baja. Kissinger sostenía el teléfono a la espera de una respuesta rusa. Brezhnev dictó un discurso elocuente sobre la invasión estadounidense en Ucrania, y aseguró que alunizarían, sin importar las consecuencias. Nixon golpeo fuerte la mesa. Un niño tiró el cereal del plato, y su madre le gritó, más fuerte por el abandono del padre hacía doce meses. Dos enamorados se ocultaban de los padres entre las sábanas, ello lo besaba con fiereza, el sólo sentía los senos que se amortiguaban en su pecho, y agradeció. Las compuertas se abrieron, los que quince ocho años lamentaron los búnkers que construyeron en los cincuenta, los ocupan aliviados. Los ciento treinta y tres millones que restan observan la televisión inquietos. Los rusos aplauden al Comandante Yurik Levkov, los chinos temieron una invasión a largo plazo y un niño mongol deseo ser cosmonauta. Era el tiempo del hombre. El asta se clavó desnuda como trueno con el mensaje enrrollado, y el cielo se iluminó de un hermoso amarillo atómico. El no siente como la sonrisa se le amplía por el rostro hasta descarnado caer por la brisa nuclear, la madre grita contenida con un plato en la mano y un abrazo en la otra. El sargento lanza una orden, los soldados no escuchan, el viento cargado de murmullos les devora los oídos. Las plantas se marchitan hasta Torino y Pekín. Los misiles rusos surcan el cielo con dirección determinada, todos arrasaran América. Tijuana escucha los silbidos que llegan como ondas al Salvador. El cielo se oscurece eléctrico. Un perro en Australia ladra al cielo, hartos un par de ancianos salen de su casa de madera y temen su muerte más que la de los millones que en seis meses morirán de hambre. Brezhnev y Nixon lamentan su decisión, los mariscales registran el bunker en busca de noticias del exterior. Los países que sobreviven se reúnen, los más alejados de Washington y Moscú construyen bodegas subterráneas aunque estén seguros que perecerá. Los científicos se reúnen con chamanes y escritores para ver si alguno inventa una máquina que les permita retroceder en el tiempo, los clérigos releen a San Agustín y se confortan al saber que para Dios el tiempo no sucede, que ellos son una minúscula espora de eternidad. Un tiempo eterno para un apocalipsis instantáneo. This is the end, my only friend the end, suena en rocola abandonada. Los perros ladraban en eco, los coches reposaban en estacionamientos de oficinas abandonadas. Un par de amigos beben una cerveza y dos desconocidos se beben con desesperación en un baño público. El disco gira a 30 VELOCIDAD hacia el final del LP. Círculos concéntricos de negro absoluto.

-          Comandante, usted va regresa hacia la nada.
El comandante lo señaló enfurecido pero se dio cuenta que era innecesario. El coronel tenía razón, sin importar que moriría de asfixia en treinta y cinco minutos. No creían que sería una caminata más larga, sólo plantarían la bandera y esperarían que Moscú cancelara la misión o les diera tiempo para descansar mientras resolvían el fracaso político de la misión. No había en la Tierra nada que se pudiera rescatar. Arrastró los pies recordando a su hija y subió al Módulo Lunar. Las computadoras y los sistemas automáticos fallarían, pero los elementos mecánicos y humanos aún podrían llevarlo con el Teniente. Encendió el motor como a un avión de propulsión y tomó el control. “95 grados este, propulsión trasera activada, canales 0.9-04-01, códigos activados” dijo por costumbre no porque alguien lo estuviese escuchando. Repetir comandos fue su labor durante cinco años como piloto y diez de astronauta, el momento en que escuchó como el Secretario General contaba las hazañas del cosmonauta y su encuentro con un universo carente de Dios, supo que eso tenía que ser, se inscribió en el programa de la defensa y ascendió por el zigurat militar hasta suceder, de forma natural, a Gagarin y Leonov. Activó los controles de mando y navegó hacia el módulo de Mando. En ese momento entendió la idea de silencio que debería haber entristecido a Dios lo suficiente para habernos abandonado, pensó con la boca contraída y maldijo.
El teniente estaba pálido, con la nariz revoloteante y los ojos abiertos sin pestañas que disimularan su miedo, y abrió la escotilla para que el comandante entrara y le dijera que hacer. El comandante maldijo sin el casco puesto y se sintió liberado. Era el momento de regresar a casa enterrar a sus muertos y esperar encontrar a alguien con quien compartir su último momento. Dicta las órdenes de vuelo al teniente y recuerda al Coronel, cuando repitió la orden con el brazo firme, como si frente a una corte marcial se encontrara. “No le hice caso, la primera vez. No le haré, esta última. Le daré la espalda, para caminar hacia la luna. Allá no quedará nada, o no llegaremos a tiempo. Y si ella sobrevive en la tierra, espero que escuche, quiero contarle esta historia, que la sienta conmigo, para que vea que esto lo hice por los dos, para regalarle la luna.”.- dijo a un casco hueco. El coronel sabía que cuando el módulo lunar se alejara la señal se perdería con las órdenes aleatorias del comandante, aún así, el comandante sabía que tenía razón, esta vez no estaría a la puerta, esperando. Lo esperó en silencio unos minutos hasta que vio como se perdía entre dunas. Ve la Tierra deformada por las nubes, y por primera vez piensa que tal vez la luna es más colorida. E imagina la lluvia que inunda a Moscú por sus calles despobladas y habitantes desfigurados. Por primera vez el Teniente vio como el Comandante lloraba, pero no lo recordó, sólo dejó caer un par de lágrimas en pérdida común, hasta que se perdieron en la atmósfera y el Coronel imaginó, entre la arena lunar, que ella lo escuchaba en un lugar seguro, que los militares los habían protegido en su nombre, que su esposa no cocinaría para mitigar el miedo, y el hijo no estaría viendo a su padre en televisión. Los imaginó vivos y sonrió, pero no dejó de hablar por si estaban muriendo.

Las dunas grises sobresalen ante lo oscuro del cielo. Es exactamente como las imaginábamos. A la izquierda se encuentra la pared noreste. Al fondo un ligero ascenso que me permitirá salir y caminar al punto más oscuro de la luna. Te contaré lo que ningún ser humano ha visto, sigue mis palabras y podrás verlo.
Es hermosa la monotonía del cielo. Una vez escuché que las estrellas brillan más que en la tierra pues aquí no hay atmósfera y la luz no se filtra. No es cierto. Neil Armstrong calló cuando le preguntaron como era el infinito, hizo bien. El infinito es inconmensurable. La luna es mujer, es diosa blanca. Cuando, sacerdotes y trovadores aseguraron que era una dama, no mentían. Comparte la delicadeza de una mujer que observa enamorada a su pareja irse por segundos y siente un dejo de abandono, y la fiereza de hembra que defiende a sus seres cercanos. Es lo más bello que he visto, las palabras que utilice no serán apropiadas, tendrías que verlo tú misma.
Los pies se sienten suaves en las botas, es sólo el casco el que estorba. Si me escuchan en Moscú no es un reclamo, solo que 25 kilos sostenidos entre el hombro y el cuello llegan a cansar después de horas. Aún me quedan 35 minutos de oxígeno, suficiente tiempo para contarte. Esta es la segunda orden que desobedezco, sabes que soy un hombre de costumbres y órdenes. Comandante si escucha, hacia donde voy no hay órdenes que cumplir. Moscú, desatengo la regla de no revelar cuestiones personales. No se si aún me escuchas. El comandante subió hace dos minutos cuarenta y cinco segundos al módulo lunar. En pocos minutos se perderá la señal, no dudes lo que te dije ese día en el parque cuando Akim pedía ayuda para columpiarse. Por favor, díceselo.
La luz va disminuyendo. Resalta el pico que centra el cráter, como una estalactita rodeada de lava. Cuando la luna se formó, grandes masas incandescentes crearon la anatomía indefensa que fue surcada por meteoritos. Los pies se hunden en la arena. A veces es difícil dar un paso firme, pero la ausencia atmosférica ayuda a caminar, es como cuando uno corre en la playa y el agua empalma la arena, ensombreciéndola tanto que el pie se hunde en lodo. Nunca había visto cráteres tan grandes en mi vida cubiertos de oscuridad. Es hermoso saber que uno está en el centro del universo, que sobre cada uno de nosotros se encuentran los alrededores de ese UNO. En este momento, tengo la certeza de soy el único hombre en millones de kilómetros a la redonda. Que la última voz que escucharé será la mía, me da mayor miedo que no ver otra figura que me sea familiar.
Veo volcanes que se pierde su copa entre la lejanía; veo marcas de pequeños meteoritos que rebotaron sobre la superficie y continuaron su viaje; veo el fondo negro como si cerrara los ojos; veo una luz tenue a lo lejos, falta pocos días para que la órbita se cumpla; atrás de mi veo la base del módulo lunar que sirvió como torre de lanzamiento; abajo el vehículo lunar que utilizaríamos para recabar información geológica para construir el centro espacial, el problema es demasiado lento, menos de 20 kilómetros por hora. Al fondo, la bandera azul y amarilla que plantamos frente a la cámara; veo las partículas que se levantaron al despegar; veo la silueta de la tierra que se pierde grisácea; si estuvieran aquí sentirían esa magnífica desolación que narró Buzz Aldrin hace cuatro años. Ese video lo repetimos hasta que entendimos sus errores, esa tarde el General explicó que la parquedad alejaba a los espectadores, “Coronel, tiene que aprender a hablar” me dijo con sequedad, no pude más que reír y aceptar la orden. En este momento, mi cara se refleja en el vidrio del casco, extraño verse a uno y de fondo hectáreas vacías. Es similar al paisaje de Siberia de noche, con las enormes montañas cubiertas de nieve, en este momento es una copia con el fondo de una tierra que parece luna. Recuerdo un día en especial, era un invierno crudo, el paisaje similar a este, fue la primera vez que me visitabas en el cuartel, y cuando te ibas me preguntaste “¿Qué me vas a dar si vuelvo?, y sólo pude contestarte “Imprimiré en tus labios una sonrisa”. Me encantaría poder hacer eso ahorita.
La luna es gris pardo, tiene una textura blanda y todo permanece inmóvil. Hace poco un estadounidense estuvo aquí tratando de jugar golf, seguramente la pelota continua rondando la órbita lunar. En veinte minutos trataré de atraparla. Me cuesta trabajo hablar, no por el oxígeno, aún tengo más del 7% del principal y lo necesario en mangueras. ES difícil comunicar el estar aquí. Si giro en 180 grados. Al suroeste hay una capa gruesa de lechos uniformes y horizontales, a las 3 en punto hay una saliente de basalto en capas quebradas, inclinadas con traumatismo. Al fondo un dique, con cuarenta y seis kilómetros de ancho, con unos mil metros de depresión, repleto de picos agudos y cerrados. En el norte puedo ver una vista espectacular, puedo ver Ícaro, las constelaciones se pierden un poco, pero Marte sobresale con su rojo desproporcionado. Es hermoso. Ojalá lo pudieran ver. En el centro, el pico es de espolón enorme en los lados sur y este, y macizo en el lado norte, así como estratos en su suroeste de la pendiente expuesta, lo sé, yo sólo puedo ver el lado norte, con la textura de un arrecife rocoso. A mis pies hay una hendidura reciente, algunos miles de años, un objeto pequeño resbaló por acá hasta dejar un cráter tan superficial que un telescopio no podría percibirlo.








El comandante dejó de escuchar al Coronel, empezó a contar:...

Vendrán lluvias suaves y olores de la tierra, y golondiranas que girarán con brillante sonido; y ranas que cantarán de noche en los estanques y ciruelos de tembloroso blanco, y petirrojos que vestirán plumas de fuego y silbarán en los alambres de las cercas; y nadie sabrá nada de la guerra, a nadie le interesará que haya terminado. A nadie le importará, ni a los pájaros ni a los árboles, si la humanidad se destruye totalmente; y la misma primavera, al despertarse al alba apenas sabrá que hemos desaparecido. (Ray Bradbury, Crónicas marcianas)




[1] En ruso, Ojo de la oscuridad. Un bello nombre para un crucero estelar. (N. del T.)