Este blog será el testigo del proceso creativo y, a la par, subiré los avances narrativos en entregas.

viernes, 30 de mayo de 2014

Rayden (historia de la primera novela que escribe Matías)

Es de noche. En una alberca iluminada, Santiago, de 30 años, flota bocaarriba. Todo es silencio. Adentro, en la casa, una mujer se aferra a las sábanas en llanto contenido. El suelo está invadido de vidrios, una fotografía reposa boca abajo.
Santiago está en su cuarto, con la computadora encendida, sin poder escribir. Harto, sale de su casa, en busca de una historia. Recorre calles, inspecciona establecimientos, hasta que ve una mujer que camina por la calle, vestida con traje sastre, bolsa de y sólo un zapato. Intrigado la sigue y platica con ella. Las afinidades subyacen, sin saber que detrás de esa aparente casualidad se encuentra
Maia, 27 años, siempre quiso ser arquitecta, observa los edificios a la lejanía en la mañana. De pronto, un alarido. Camina agotada al cuarto de sus hijos, Mateo, de 4 años, llora, mientras Román, de 6, brinca en la cama. Maia arrulla a los hijos y prepara el desayuno para Omar, su esposo. Mientras desayunan, ella le pide que dejen a los niños un fin de semana con la vecina y se vayan de viaje. Él prefiere que los cuatro vayan de viaje. Omar se va a trabajar y Maia se queda en la casa. En la tarde platica con la vecina, le explica que la vida de pareja se ha difuminado. El sol cae. Es hora de bañar a los niños y acostarlos, antes de que llegue Omar. La regadera se escucha. Román observa en la puerta, y le pregunta a su mamá por qué hunde a su hermanito. Maia lo toma de la mano y lo sumerge en la tina.
            Marek corre por la selva, desesperado. Observa su piel, es blanco, moteado. Escucha voces, cada vez están más cerca. Gira y ve que un grupo de cazadores negro lo persiguen porque es negro y albino, una mezcla deleitable para los brujos que con su piel, huesos y sangre realizan pociones mágicas. Aún faltan kilómetros para llegar al siguiente poblado, su única posibilidad de sobrevivir.
            Una mujer trabaja en una fábrica maquiladora. De pronto, rompe en llanto, recuerda un viaje en tren. Una pareja joven y adinerada, acompañada por una niña de cinco años que juega con una muñeca, viaja en un compartimento. Salen de Beijing. Los acompaña una muchacha va a una cita de trabajo. Platican de forma amena hasta llegar a la cuarta parada donde los cuatro bajan del tren y se despiden. La joven regresa de su cita, la niña espera en una banca de la estación; la abandonaron porque en China sólo se permite un hijo y quieren un varón.

, donde el libro no sólo obedecerá a un hegemónico hilo argumental sino experiencias hiladas con diseminación narrativa

¿Para que escribir una novela si el mundo es una ficción? Vivimos en una realidad quimérica, sin que ello nos sorprenda. La causa, “Vivimos dentro de una novela. Cada vez es menos necesario que el hombre invente un contenido ficticio. La ficción ya está ahí. La tarea del escritor es inventar la realidad.” Declaró J.G. Ballard en su prólogo a la novela Crash. Reecribir la realidad es la función; la forma, despojándonos de ella. Ir más allá

El fin de la humanidad se acerca y nos alegramos por ello.

            En 2053, nace el humano número diez mil millones. No hay nada que celebrar. Los recursos materiales se están agotando; la naturaleza ya no puede soportar los acechos de nuestra especie. Los veinte países más ricos (Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Francia, Italia, España, Portugal, Australia, Japón, Rusia, China, Brasil, India, Sudáfrica, Egipto, y Canadá) se reúnen para decretar sobre su supervivencia. Deciden recabar provisiones y asolan a las poblaciones más indefensas. En un asalto despiadado, los animales son confiscados, los sembradíos retenidos y el agua dulce, el mayor bien, es reencausada para abastecer a los países más poderosos del mundo. Durante tres años la desigualdad es insufrible, por lo que la gente más pobre decide enfrentarse con los dueños de las provisiones. Comienzan en pequeños poblados y puertos marítimos, hasta llegar a grandes ciudades e invasiones entre los países. En pocos meses se desata una guerra civil a nivel mundial.
            El G-20 utiliza su ejército y armas innovadoras para contrarrestar el caudal de indigentes transmutados en reclutas. En cruentas batallas, los desheredados ganan posiciones y empiezan a confinar a un grupo cada vez más pequeño de beneficiados en las principales ciudades de sus países. Después de cuatro años, los líderes de los dos bandos deciden pactar. La causa, tres mil millones de personas han muerto. Y los pocos recursos se desvanecen a una velocidad atroz. Tienen que encontrar una solución.
            Es imposible repartir los recursos, no son suficientes. Así que después de meses de idear una forma, un grupo de científicos da una solución pertinente. Es la única esperanza.  Es 2060.
            El mundo sólo puede mantener a mil millones, por lo que los otros seis mil perecerán a menos de que todos hagan un sacrificio. La única forma es despoblar al mundo. Para ello, todos deben luchar por la utopía. Durante una generación, la escasez será despiadada, pero la raza sobrevivirá. Veinte años en los que se restructurará el mundo. Los campos serán sembrados, los animales se reproducirán de forma lenta pero constante. Estará prohibida la cacería, el desperdicio y los recursos se racionalizarán hasta el exceso; sólo lo necesario para sobrevivir. La ley suprema: Ningún humano se podrá reproducir.
Después de veinte años, el mundo es habitable. Han construido ciudades sustentables y armónicas, aunque novecientos millones más han muerto durante el proceso, algunos de hambre, otros de inanición. Han sido veinte años de esclavitud generalizada para sobrevivir.
Ha llegado el momento de vivir en un mundo ideal. Todo está listo.
Durante veinte años se han acostumbrado a observar un cielo cambiante. El cielo sigue siendo azul; las nubes mutan con cotidianeidad. Una línea recorre el cielo. Durante los últimos diez años se ha ido tejiendo en torno a la tierra un anillo metálico. ¿La causa? Cinco mil millones de humanos no vivirán en la tierra. No viajarán a otros planetas, no existe la tecnología para ello, sino hibernarán en una máquina especial.
Diez años se tardaron en conseguir los materiales necesarios: acero de alta pureza, titanio y Kevlar. Diez años para construir un anillo geoestacionario de 84 kilómetros de largo por cincuenta metros de ancho, dividido en siete pisos de igual altura.
El piso superior contendrá los motores que mantendrán en funcionamiento a la máquina. El funcionamiento solar los hace autónomos de la tierra, sin embargo, en el extremo superior se encuentran las máquinas que regulan la presión subatmosférica, controla la temperatura corporal de las cabinas y administra el gas somnífero.
Los cinco pisos centrales contendrán a cinco mil millones. Cada humano hibernará durante quince años en una cabina individual, conectado a cables. Cables que florecerán de su cráneo, de su boca abierta, de sus pulmones. Los necesarios para respirar, alimentarse y no despertar. En esos años, los hibernales vivirán a partir de sueños modulados para generar sociedades modélicas.
Cada tres años, uno de los paneles, bajará a la tierra y los humanos que habitan la tierra ascenderán a la órbita geoestacional por uno de los tres pilares que une al piso inferior de la máquina con la tierra. Cada pilar de metal suministra, por medio de tubos en su interior, oxígeno y nutrientes para que la gente sobreviva en las cabinas. Además, la máquina tiene un dispositivo que funciona como elevador, donde la gente desciende al mundo y asciende a los paneles para sumergirse en el estado letárgico. El proceso de transportar a los mil millones de humanos tarda seis meses.
El primer problema que se plantearon fue la ubicación de los pilares. Los países dominantes ocasionaron la Gran Guerra, por lo que quedaron descartados. Necesitaban países ubicados en diferentes continentes, y con características espaciales definidas: arriba del Ecuador, con amplia gama de recursos naturales y que sus habitantes representaran la hegemonía cultural (religiosa y lingüística). Por ello, decidieron que en Asia fuera Corea del sur; en África, Tanzania, y en América, México. En cada uno de los países, cuando transcurrían los tres años, se ajustaba la maquinaria para que las cabinas bajaran. Si alguno de los pilares no era accionado, las cabinas permanecerían inmóviles en el espacio.
Durante ese ternario, mil millones de humanos vivirán en la tierra. Cada uno desempeñará una función durante dos años y medio. Los últimos seis meses podrán viajar a cualquier parte del mundo. Todos vacacionaran a la vez, pues los medios de transporte tradicionales (barcos, aviones y automóviles), fueron utilizados como medio para la guerra, por lo que son destruidos y en su lugar se construye un monorriel eléctrico que recorre el mundo a velocidad sónica. El problema es que tarda tres años en recargarse. El recorrido final lleva a los humanos a las cabinas, donde dormirán.
Los sueños son acordes a la edad del soñante, el inconsciente reúne el material que recabó durante tres años en la tierra y lo une a mensajes que la maquinaria cifra de acuerdo a las características que eligieron para ellos. De esa forma, prosiguen su vida a través de sueños. Sueños ininterrumpidos que duran quince años. Los sueños están estructurados en tres etapas.
En la primera, se reproducen los momentos más importantes del tiempo pasado. No sólo bajo la máxima de recordar es vivir, sino que mientras recuerdan, la máquina registra la información para conformar los siguientes sueños, que serán mezclados con discursos que les brindan las pautas emotivas y morales para vivir de forma armónica en la tierra.
En la segunda etapa, los sueños se mezclan con elementos educativos. Durante inco años soñarán con trabajos y funciones, para que aprendan y perfeccionen el oficio que desempeñarán en esos tres años.
Por último, se generan recuerdos y memorias de quince años de vida, para que cuando el soñante baje a la tierra sienta que ha vivido esos quince años. Aunque el lugar que ocupan los habitantes es elegido de forma azarosa, y las relaciones filiales se diluyen, en sueños se fomentan los vínculos emotivos que entabló en la tierra.
En la tierra nadie cuenta sus sueños completos, sólo partes intrascendentes. Dentro de los sueños se ocultan secretos y miedos, decisiones y deseos. Así como habilidades que ostentan.
La máquina no sólo es un aparato complejo, sino autónomo. No necesita mantenimiento periódico y los motores trabajan con luz solar. Solo en un aspecto aún la controlan los humanos. Los dirigentes decidieron que un grupo no abandonara la tierra, y controlara de forma manual el dispositivo que hacía funcionar la máquina. El automatismo tecnológico podría tener fallas catastróficas y la humanidad no podría correr ese riesgo. Cada guardián viviría en uno de los países sedes y para salvaguardar este orden, no se conocerían entre sí, pero compartirían un código personal que legan a su primogénito, así como el conocimiento de la máquina y la obligación de dedicarse a ello. Para que la gente no los reconociera, vivirían en las ciudades ocultándose en una labora ancestral. Esos tres elegidos fueron conocidos como los libreros.
Durante los siguientes tres años, la tierra se despuebla. Cinco mil millones abandonan sus países, y los mil millones restantes se quedan con la consigna de, durante los siguientes tres años, mantener el orden establecido. Así ha sobrevivido la humanidad por tres generaciones. La época en que la gente vivía despierta la mayor parte de su vida es vista con nostalgia y lejanía. De esa época no quedan más que recuerdos ajenos, pues la primera generación de la máquina ha desaparecido. Algunas veces en el espacio, encerradas en cabinas como ataúd, pero casi siempre en la tierra. A los ancianos y enfermos terminales los dejan morir despiertos. En una amplia soledad de desposeídos, recuerdan a sus familiares y amigos que no verán, mientras aquéllos crecen en una vida alterna. Los niños se convierten en adultos dentro de cabinas acuosas; los adultos pierden movilidad y pelo. Sólo los moribundos, los infantes y las madres embarazadas pueden permanecer en tierra, para que la vida y la muerte se concreten al aire libre. Sólo unos elegidos pueden ser padres y puede permanecer durante dos ciclos en la tierra para educar a los niños. Cuando el periodo se cumple, los padres abandonan la tierra y tienen la opción de decidir si los niños abandonan la tierra con ellos o viven con azarosos visitantes que fungen como tutores por el siguiente ciclo pero que nunca volverán a ver. En la tierra existen niños de entre dos y ocho años. Hasta que son embarcados y durante los siguientes quince años levitarán en inconsciencia, padeciendo su adolescencia en duermevela. Cuando regresen de dieciocho a veinticinco años, convivirán con sus padres o con los tutores que los acompañaron en su tercer periodo en tierra.
Durante un siglo no ha existido una variación poblacional. Todos están seguros que el mundo puede contener a seis mil millones de humanos, pero sólo de forma itinerante. Por ello, determinan la cantidad de nacimientos de acuerdo a la tasa de defunción. Y, sobre esa base, escogen a las personas que podrán reproducirse. Durante el sueño, plantean el deseo de ser padres, así como a los demás les inhiben esa posibilidad por medio de traumas inconscientes. Los sueños y pesadillas impiden que la gente se reproduzca con fruición.
En 2153 se cumplen cien años de que la Guerra Civil estalló. Durante un año, el mundo celebra el nuevo orden: los humanos viven en armonía, en un mundo igualitario, sin guerras intestinas ni conflictos internacionales; la naturaleza restaurada convive paradisíaca, y la máquina funciona a la perfección. Todo parece ser perfecto, excepto que la utopía es fallida. Es cierto que la gente no recuerda los tiempos de carestía pero tampoco ha creado lazos emocionales duraderos; en tres años tienen que entablar los lazos que los orientaran en su vida nocturna. Y sólo podrán repetir este ciclo, cuatro o cinco ocasiones. Ello ha causado cierto descontento entre algunos habitantes y temor en otros. Pero saben que es la única forma. El gran sacrificio para subsistir como especie.
El mundo continúa. Treinta y tres veces desciende la cabina. Hasta que en 2181, Santiago, hombre de 30 años, abandona la máquina por primera vez.
Recibe un paquete, donde le indican el lugar donde vivirá, el trabajo que tendrá y una identificación que le otorga beneficios sociales y obligaciones. Se sube al tren elevado y aunque la luz le molesta, observa las montañas que rodean la ciudad de México, los lagos que dividen las calles y en minutos se encuentra en una pequeña colonia. Baja del tren y camina a una casa que destaca. Entra y recuerda, cuando vivió ahí de niño. En la sala están dos seres envejecidos -fueron sus tutores hace quince años- lo observan con la curiosidad de un extraño. Es momento de vivir la realidad.
Santiago es escritor. Tiene mente ágil, creativa.



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