Incluyo el primer borrador, sin correcciones, para mostrar la primera huella, escrita del 31 de marzo al 5 de abril de 2012.
ESTUDIOS PARA UN CUENTO DE CIENCIA FICCIÓN
/ó/
28 FORMAS DE OBSERVAR UNA LUNA RUSA
Para ti
David Núñez
(Physics makes us all its bitches)
Of Montreal
Beautiful view… Magnificent
desolation
Edwin “Buzz” Aldrin
No me hagan ninguna pregunta y yo no les diré
ninguna mentira.
Neil Armstrong
El aldeano respira el aire frío y exhala una nube de
vapor que se pierde entre la noche. Instintivo, retrae los brazos para impedir
que la ventisca se cuele bajo su abrigo y voltea al cielo. Es una noche de
nubes opacas y estrellas diletantes. Desea recostarse sobre el césped y contar
estrellas como cuando era niño, pero el frío se lo impide, así que estira el
cuello sobre los hombros y siente cómo se contrae la espalda hasta quedar la
cabeza horizontal, con la nariz ampulosa señalando el cielo.
Cada noche, al regresar a casa, se detiene en ese
montículo y observa las constelaciones que le enseñó su abuelo. A la derecha,
leones y animales de nombres míticos que nunca ha podido imaginar; a la
izquierda, Orión, con su espada envainada y una estrella que calza, parpadeante:
Rigel, su favorita. Todas las noches la observa con detenimiento e imagina qué
se esconde detrás de esa luz furtiva, a millones de kilómetros. Cuestiona la
existencia de mundos repletos con seres discordantes. O si, y en ese momento
baja la mirada, en ese mundo habrá un hombre igual a él, con las manos llenas
de barro y los pies entumecidos, que distingue esa estrella lejana que alumbra
a la Tierra. Improvisa mundos hasta que escucha el balar de las ovejas y corre
a casa. Esta noche, Rigel se esconde en el destello de luna llena.
Observa la estepa rusa, la desolación rodeada por
montañas invernales y árboles plagados de rumores, y levanta la mirada, en
lento barrido, hasta posarse en la luna. No recuerda la última vez que la vio
tan grande, solo la voz de su abuelo una noche de abril en que no dejó de
señalarla, entusiasmado.
-
A mí no me tocará
verlo, lo sé. Daría un año de mi vida. Un año. – Observó la luna llena,
mientras se frotaba las manos embelesado- … Tú eres joven, tú verás cómo
plantan una bandera rusa sobre ella. Viajarás a Marte, conocerás otros
planetas. Imagínate… Esto es sólo el inicio –repitió.
El montaraz miró a su abuelo, sentado en un tronco
mientras su abuela atizaba el fuego.
-
No le metas esas ideas
al niño, Nikolai. Son blasfemias. Sólo Dios…
Atrás, en la radio, el locutor recitaba el poema que
Yuri Gagarin entonó esa tarde al abandonar la tierra.
Escucha el grito de su madre y corre hacia la única
casa iluminada en toda la comarca. Deja atrás la luna, inmensa, que le alumbra
el camino, sortea un par de ramas plateadas y brinca la cerca que contiene a
las ovejas. Sus abuelos han muerto y ningún ruso ha llegado a la luna. En el
pórtico recuerda la frase de su abuela. Tal vez sólo Dios pisaría la luna… y
los americanos.
General. Ilustres camaradas. Son momentos difíciles
para nuestra Madre Rusia y es momento de actuar. Hace quince años empezó una
batalla que estamos a punto de perder.
Despertó sobresaltado. El cabello húmedo, la camisa empapada.
Acercó la mano temblorosa al buró. A tientas buscó el vaso con agua que la
noche anterior había dejado. La mano descendió abrupta. Abrió los ojos: por
tercera vez se había quedado dormido en su estudio. Observó el reloj, las cinco
cuarenta y cinco, y caminó somnoliento hasta el baño.
Es tiempo de ampliar nuestros horizontes, demostrar
que podemos llegar aún más lejos que cualquier nación. ¿O alguien no recuerda
nuestra historia?, ¿el dominio que ostentamos durante más de una década, y que
en tres años se ha desquebrajado?
Después de desabrocharse la bragueta y escuchar el
eco metálico del retrete, se observó en el espejo. Detrás de los rasgos torpes
y un bigote desbocado, encontró nuevas arrugas. Culpó al insomnio, a los
programas descartados, a la ausencia de su mujer. Por fortuna no tenía ninguna
cana, pensó Vasili Mishin. Abrió la llave caliente de la regadera y observó el
vapor que ascendía como virutas entre su cuerpo enjuto, los brazos enervados,
el flácido pene en desuso, y recordó el sobrenombre que le pusieron en Siberia
y sonrió.
¿Alguien podrá olvidar la gloriosa mañana del 12 de
abril de 1961, cuando el comandante Yuri Gagarin, a bordo del Vostok 1, surcó
los cielos a casi 30,000 kilómetros por hora hasta abandonar la tierra? Dentro
de mil años se contarán las hazañas del ruso que durante ochenta y ocho minutos
circundó la tierra.
Agachó la cabeza y sintió las gotas que caían a
raudales, hilos que golpeaban la nuca, aplacaban el pelo, y retozó en el agua
que caía sin espabilarlo. Aún tenía cinco minutos. Repasó su rutina diaria. La
toalla de lana sobre su espalda, rociar el cuerpo con crema, con la misma
fruición necesaria para alisar la cabellera ondulante.
Tan sólo cuatro años antes fuimos los primeros en
atravesar la atmósfera e implantar nuestro glorioso Sputnik 1. Oh, qué decir
del valeroso Alexei Leonov que el 18 de marzo de 1965 caminó por vez primera en
el espacio.
Abrió su gaveta repleta de trajes desgastados.
Ninguno acorde para la ansiada junta. El negro que utilizó en el funeral de
Korolev. El café con los puños roídos. El azul marino que cumplía las funciones
de uniforme. Escrutó el espejo por última vez, rastreando motas indelebles en
su traje negro, y regresó al estudio.
Tres hazañas heroicas que antecedieron a los
americanos. Recuerden el miedo que tenían de nuestro enigmático Diseñador Jefe,
mi aclamado antecesor, Sergei Korolev. ¡Cómo analizaban nuestros cohetes que no
sólo ascendían vertiginosos, sino regresaban sin inconvenientes a suelo
siberiano!
Sobre una mesa de metal centellante, con marcas de
tazas de cafés y bolígrafos de diferentes colores, contempló el fajo de planos
monocromáticos, con líneas sutiles y números en las esquinas. La mano áspera,
legado del campo de trabajo estalinista, siguió con un lápiz el contorno del
UR-850. El cohete espacial insigne del Programa lunar soviético. Analizó el
enramado de los motores, Los puntos de engrane, y las uniones sutiles de 54
motores, catorce más que el Saturno V estadounidense y sonrió al imaginar el
cohete erguido, listo para detonar. Los tanques de combustible que almacenarían
3 toneladas de hidrógeno líquido. Acercó una hoja blanca, donde anotó las
dimensiones de cada tanque del propulsor y calculó el grosor necesario para
almacenar un gas volátil que debía permanecer a 252,87 grados bajo cero.
Mientras calculaba el punto de congelamiento, para evitar que se gasificara,
recordó las noches invernales en esa cabaña siberiana, y flexionó los dedos con
resentimiento. Los cálculos eran exactos. Sería seis veces más potente que los
L-4 que Korolev construyó.
¿Y después? Después nada. Nuestros ingenieros
regresaron a sus oficinas a hacer cálculos para viajes ficticios. Es cierto, se
perdieron años fundamentales pero es tiempo de retomar esfuerzos. Vengo ante
ustedes no sólo a plantearles que aún podemos alcanzarlos, sino demostrar
nuestra superioridad.
Apuró una taza de café y salió a la fría mañana de
Móscú. Caminó con la mano arrebatando los planos al viento. Aún seguían
prendidas las farolas.
En el último año, dos naves capitalistas se han
posado sobre nuestro satélite. Y la pregunta es, ¿cómo vamos a contratacar?
Camaradas, la Historia está en sus manos.
La puerta de la oficina permanecía cerrada y la sala
llena de burócratas, científicos y militares en espera. Revisó el orden de los
pliegos, con manos temblorosas. Aún faltaba dos minutos para la junta, podía
retocar el discurso más importante de su vida.
General. Ilustres camaradas. Son momentos difíciles
para nuestra Madre Rusia y es momento de actuar. Hace quince años empezó una
batalla que estamos a punto de perder. Mejor, una batalla que podemos ganar.
El General Ustínov, seguía de pie junto a la
ventana. Observaba la calle tapizada por la última nevada del año. Afuera, dos
hombres apaleaban la calle, y un coche avanzaba con las luces prendidas, eran
las cuatro de la tarde. Por la banqueta, un hombre con traje negro y papeles en
brazos caminaba ensimismado. El General Zhavot, Consejero de Estado en primer
mando, sonrió, y recordó el desprecio que sentía por Mishin. En la esquina, un
radio de madera y perilla metálica resonaba el discurso del Soberano
prometiendo que en tres años irían a la luna y antes de que la década
terminara, a Marte. Se apartó de la ventana, a su espalda se perdió el Gran
Palacio del Kremlin, y se sentó frente a la mesa ovalada. Estamos jodidos,
pensó Dmitri Ustínov.
El coronel Adrik Leman caminó por la ladera más
angosta, para evitar mojarse los zapatos negros con la nieve que se había
transformado en fango. Cuando, al girar en una avenida colorida, vio la
marquesina: “Cosmonáuticas. Teatro
lunar”. Se acercó a la mampara y
vio el cartel, con colores llamativos, azules, rojos y amarillos llorante,
enmarando su rostro, atrás del Comandante Yurik Levkov y el Teniente Yerik
Aijenvald. Impresionado, desplegó la gabardina y ajustó el sombrero. Se acercó
a la ventanilla y con voz ronca pidió un boleto. La vendedora no volteó a verlo
y él se escabulló al fondo de la sala.
La gente caminaba veloz, moviendo ágil la cabeza en
busca de un lugar disponible. Cuando el coronel se dio cuenta de ello, miró en
su derredor y se sorprendió al ver gente sentada en los pasillos.
Las luces se apagaron. Y un reflector gigante
iluminó el centro del escenario. Un círculo en el que cabía dos adultos
charlando, de pie. No se escuchaba ningún sonido. En ocasiones, un tosido al
fondo, una plática disuelta, el arrastrase de una hoja por el suelo. Silencio.
De pronto se escuchó una carcajada, detrás de la luz que alumbraba el telón
rojo. Una risa pantagruélica, que subía a gritos hasta concluir con un simple
quejido contagioso. A los dos minutos el teatro entero reía sin entender pero
sin poder contenerse. Risas, carcajadas, aplausos, mezclados en un teatro con
el telón abajo.
Súbitamente la risa se contuvo. Algunos espectadores
continuaron riéndose pero así como la gente comenzó a reír, callaron. El
coronel fue de los primeros en desvanecer esa sonrisa amplia que no trasmutó en
risa. Y menor, cuando detrás del telón, apareció un hombre gordo y rosado, se
podría llamar bonachón, con su traje de cosmonauta. Decidió, antes de
levantarse indignado escucharlo. El hombre estaba sentado en una silla de
madera con respaldo corto y rodeado por muñecos con trajes espaciales.
Explicó las instrucciones del vuelo
-
No todos somos
cosmonautas. Hoy les permitiré serlo, revivir el viaje a la luna. Leeré mi
diario de viaje.
Era una mañana soleada, como esta tarde. El teniente
caminaba rumbo a su casa y vio pasar un papalote. Bueno, en Rusia no le decimos
papalote pero ustedes lo llaman así, o comet,a así que es más fácil que yo
aprenda español, a que todos ustedes me lean en ruso. El papalote era morado
con contornos amarillo; era 1960, algún beatnik perdido entre la maleza. Bueno,
en Rusia tuvimos nuestros propios beatniks, que eran nómadas y por eso hacían
sus caminos y escapadas. Pero el papalote volaba firme y de pronto se escapó,
el aire lo sostenía y empezó a flotar entre los árboles, entre la mirada de dos
niños que lo vieron perdido, y del teniente que supo que él quería ser un
papalote. No de genero sexual, sino que quería mutar de su cuerpo de gusano a un ser alado, al lado del
que piloteaba. Por eso él se quedará en el módulo, mientras nosotros bajamos a
la luna. Este sistema se lo copiamos a los estadounidenses. Como en treinta
años reproduciremos el sistema económico.
La primera vez que llegamos al simulador nos
conectaron a una batería. Cables y conexiones a nuestro alrededor complicaba la
de por sí difícil tarea de entrar. Imaginen la forma en que acomodas las
piernas, el hormigueo en la espalda baja y los dedos sujetos, firmes a un
manubrio diminuto. Una vez adentro, el Comandante me preguntó algo, pero
déjenme le pido que se quede así, con la boca dispuesta a emitirla…
Durante cuarenta minutos dialogó con los muñecos que
le rodeaban. Hasta que con un suspiro abandonó la silla, golpeó los muñecos que
lo rodeaban y se desmaquilló frente al público. Cada vez que alguien le
aplaudía, con un gesto firme les pedía que esperaran el momento indicado.
-
Sí, es el final de la
obra… Entenderán, que, como aún no subo a la luna, no les puedo contar lo
demás. Dentro de tres semanas, si todos vienen y él acepta, podrán conocerlo
del cosmonauta en sí. Del coronel Leman.
La luz apuntó al Coronel, cegándolo de primer
momento. Sólo luz blanca le rodeaba y escuchó los aplausos en cascada. Gritos,
silbidos, aplausos que se fueron convirtiendo en rostros que le apuntaban con
frenesí. En ese momento se dio cuenta que lo que iba a hacer sería histórico.
La gente aplaudía con fuerza, le entregaron un ramo de flores y le pidieron que
hablara, pero se rehusó con un sonrisa amplia y un suave movimiento de mano en
saludo.
Abandonó la sala entre vítores y salió del teatro
para perderse entre la gente.
Buenas noches, soy Emmett Seaborn, con un boletín
especial desde Washington.
Este es un día aciago para la humanidad. Esta mañana
el Primer ministro ruso, Leonid Brezhnev, dio un discurso que rompe con los
acuerdos de paz. Brezhnev aseguró que para 1973 no sólo llegaría un comunista a
nuestro satélite, sino pondrían los cimientos para una estación lunar. La
finalidad, aseguró, es que antes de que termine la década, una bandera
comunista ondee en Marte.
Por su parte, el presidente Nixon aseguró que la
postura de la Unión Soviética es atemorizante, pero que Estados Unidos no se
amedrentará. En estos momentos el Presidente se reúne con sus asesores para
tomar una decisión y si es necesario contratacar.
Los reporteros corrieron hacia la camioneta, cámara
en mano y micrófono captando idiomas disímiles. Una mujer, cabello negro y un
broche con el escudo del partido comunista, se acercó a los cosmonautas. Cuando
vio como las botas blancas contrastaban con el traje anaranjado y una pecera
con bordes plateados ajusta la cabeza. Entendió que era un momento histórico y
sólo ella tenía permiso para entrevistarlos.
El coronel bajó primero y se perdió entre las vallas
de seguridad y se quedó con la mirada fija en un espectáculo que había
contemplado cada mañana durante los últimos dos años, pero que hoy se veía
diferente. Al fondo, magnánimo. Doscientos cincuenta metros de metal puro,
cableado de níquel y 250,000 tornillos. Pero, sobretodo, las cuatro letras
amarillas sobre un fondo rojo. De joven, jugaba a crear frases con esas
primeras letras. CCCP. Nombres, ríos, estrellas, elementos que tuvieran esa
letra contaban. El orden lógico era lo complejo. Durante los entrenamientos
siguió conformando nombres. Pero en ese momento, no pudo pensar en nada. En
ningún personaje, en ríos, ciudades y personas.
Detrás de él, asomó el piloto del módulo espacial,
saludó a los oficiales que permanecían expectantes y tomó por el brazo a la
reportera para caminar con ella. Había ensayado en múltiples ocasiones el
discurso, donde explicaba los procedimientos que haría mientras sus compañeros
estuvieran en la luna. Sin embargo, alguna extraña idea lo hizo desviarse del
tema.
-
¿Aún no les he
presentado a mis compañeros, verdad? –le
dijo brusco a la reportera, quien perpleja, asintió.- Perdónenme, es que he
contado esta historia tantas veces. Todos creen que el coronel es el único que
puede contar historias.
Empezaré conmigo. Mi nombre es… Esperen, esta no es
la forma de contar. Mi superior es el Comandante Yurik Levkov. El mejor. A los
cinco años perdió su primer diente. Los doctores no entendían porque no mudaba.
Sus hermanos menores ya tenían dientes firmes. En ese momento decidió que el
diente se tenía que caer. Se subió a su azotea. Una azotea roja, firme de la
madera que antes se daba, antes de que hasta la naturaleza se volviera light. O
a poco nunca se lo preguntaron, ¿por qué los muebles de sus abuelos duraban más
que los suyos? Pero regresemos, el comandante veía los coches, las avenidas, la
florería donde su madre compraba las lilis y un perro, un perro que ladraba
firme. Y dio un paso al frente, abanicó el cielo y cayó, con la nariz de
frente, lista para golpear el cemento. En ese momento supo que, sin importar el
dolor, eso es lo que quería hacer el resto de su vida. Volar. La sangre justificaba
la sensación de libertad, de paz. Eso lo descubrió después, el significado.
Para él, un niño, le gustó y lo quería repetir. La fuerza aérea fue un trámite.
Y un domingo, que tenía permiso de salir a la ciudad, la conoció. Era hermosa,
ágil, de movimientos extravagantes, pero sonrisa sutil. De esas mujeres que
quieres volver a ver.
El segundo piloto. El coronel, que descenderá a la
luna, es el señor Adrik Leman. Tuvo una infancia común. Feliz. Una madre
sobrecogedora, hermanos entrañables, y un par de amigos bandidos. La etapa militar,
eso fue llamativo. Su precisión de vuelo. La forma en que acomodaba los
controles, en que las alas se expandían en la curva de una nube, en la caída
del paracaídas cuando se autoeyectaba y dejaba que el avión cayera sobre el
acantilado, era sobresaliente. Después se dedicó a beber en bares de
irlandeses, de esos que un día del año visten al enano de verde y dejan que los
niños les peguen. Un vez lo vi, no se si el coronel lo vio. Pero era un enano
alto. Seguía siendo enano, pero el más alto que había visto en mi vida. Los
calcetines de los demás enanos le apretaban, se notaba en su caminar. Y el
sombrero verde se le subía cuando sonreía, como si fuese un mimo, un actor de carpa
involuntario. Ningún niño se le acercó todos pateaban al enano más enano, pero
con el del gorrito, nadie. Yo creo que los niños vieron lo mismo que yo, una
anomalía, de las que te atemorizan, crees estar en presencia del mal. Pero el Coronel,
hizo los mejores exámenes en precisión que se hayan registrado. Era absurdo,
sus cálculos y la forma en cómo presentía los movimientos que tenía que hacer
lo trajeron hasta acá. Es el encargado del viaje de regreso. Les pido un
aplauso, a veces se achicopala, pero creo que siempre uno tiene ganas de ese
aplauso involuntario, como el que ustedes ahorita van a hacer. Ven. Muy bien,
el de atrás el primero. Me gusta la idea de sorpresa, el que a destiempo sale,
es el que muchas veces mejor retrata, como el criado que aparece al fondo de
las meninas, reflejado en el espejo de Velázquez. Ahora todos. Exacto. Tú
también deberías de aplaudir aunque entiendo que no quieres perder la hoja. Es
la 9. Bien sabía que o acabarías aplaudiendo o con esa sonrisa contenida en la
comisura de los labios. De los labios tan hermosa gitana, debe de cantar alguna
canción. Pero bueno, después del aplauso, que se que en parte también fue para
mi, regresemos a los años en que decidió ser cosmonauta. ¿Por que sí les dije
que somos cosmonauta y vamos a hacer el primer viaje a la luna verdad?
Todos entramos al mismo tiempo a la Academia.
Estuvimos con los alumnos de Gagarin. Con los amigos de Koroliev. Todo lo vimos
en desuso. Hasta que de pronto, un día. Un hombre nos habló de ir a la luna. Y
aceptamos. Era la luna, o unas hermosas vacaciones en Siberia. Dicen que es más
vello(sic) en invierno.
Durante meses, nos acomodaron en centrifugadoras Era
divertido dar vueltas mientras bostezabas el desayuno. Después, repasabas los
cálculos, (/&%$$
En doctorado mi clase predilecta era numerología y
es que el número es tanto el lenguaje del universo, como una de las mayores
creaciones humanas. Desde la música celeste de Pitágoras, la perfección de
Fibonacci, hasta la posibilidad matemática e imposibilidad humana de que todo
ocurra, el hombre se ha cuestionado de dónde surge la lógica matemática, del
hombre hacia el cosmos o viceversa. Para ello ha creado “ciencias” como la
numerología, donde se analiza la carga simbólica y formal de cada dígito, o
disciplinas mágicas como la cábala. O como el viaje al espacio. Cuando suba al
espacio lo único que me guiarán serán los números. Los que me dirán a qué
altura voy, cuál es la velocidad, cómo es el trayecto, en qué parte alucinaré,
perdón alunizaré, todo son números. El dedo que sostiene la hoja está
conformado de números. Véase el digito, las líneas únicas que surcan las
falanges, el color de las uñas, la forma está estructurada con números.
Pero creo que es momento de dejarlos, tengo un
cohete que alcanzar. Agradezco su atención.
El coronel Núñez caminó hacia el transbordador que
lo llevaría a la luna.
-
Coronel David Núñez.
(ponerle un nombre en ruso) (dejar la nota) –dijo con la mano en el aire. La
reportera sonrió.
Buenas noches. Después de dos años de reuniones
oficiales y fracasos. Estados Unidos ha puesto un ultimátum ante la OTAN. Si no
desisten de su campaña armamentística, el proyecto del módulo lunar es inaceptable.
De continuar así, Estados Unidos replegará toda su fuerza para evitar que la
amenaza comunista llegue hasta nosotros. Por el momento, catorce bombarderos
avanzan hacia nuestras bases en Asia y Europa Oriental, en un remedo a lo que
ocurrió hace once años durante la crisis de los misiles.
-
Señores, el Secretario
General del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética desea
tomarse una fotografía y decirles unas palabras a nombre del pueblo ruso, antes
de subir al…– dijo un hombre con los brazos firmes sobre la mesa oval.
-
Señor secretario-
interrumpió una voz encubierta en traje militar.
El
secretario se levantó, no sin antes excusarse y caminó hacia la puerta
entreabierta.
-
Los Americanos han
desplegado… –La voz se perdió en el pasillo.
Los cosmonautas se quedaron en silencio, lanzando
miradas furtivas a la puerta. Durante tres minutos analizaron las paredes
despobladas, las junturas en el techo, una mosca plantada sobre el archivero,
sin que se mezclara ningún ruido. Hasta que el comandante con el rostro firme y
los dedos entrecruzados, habló.
-
Debemos hacer algo, por
el bien de Rusia.
El Teniente Aijenvald levantó las cejas inquisitivo
y el coronel acercó la silla metálica para discutir una estrategia, hasta que
la puerta se abrió y temieron que los hubieran escuchado.
El coronel Leman desciende de la camioneta, el traje
naranja con botas blancas, y queda fijo, observando los símbolos de nuestra
amada Rusia. De pronto, una reportera, con una cámara destellante y el
micrófono amenazante, se acerca hasta él.
-
Coronel Núñez, ¿nos
puede decir algunas palabras antes de subir al vuelo más importante de su vida?
-
Lo siento –dijo el coronel,
con sequedad- no doy entrevistas.
-
Hablen con el encargado
de comunicación –dijo una voz que se perdía entre los fotógrafos- él les
responderá sus preguntas.
El coronel Núñez subió por la escalinata roja hacia
el elevador, que lo transportará cinco pisos hasta llegar a la plataforma donde
descansa el módulo espacial. Se detuvo en espera del Secretario Brezhnev, pero
sólo un hombre de calvicie pronunciada y gestos marciales le tendió la mano. Y
dirigió unas palabras en nombre del Partido y el pueblo de Rusia, hasta que un
soldado les indicó que era tiempo de partir.
Ajustaron los cinturones. Revisaron el tablero, y
por incontable ocasión, preguntó si todos los comandos estaban en orden. Era el
momento de salir de la tierra. Sintió una bocanada que le hizo ver que estaba a
punto de vivir algo importante y sintió un momento de silencio. Silencio. Hasta
que Yurik Levkov entronó el discurso que tantas veces había ensayado. Era un
fragmento de Pushkin por el que sentía debilidad; todos lo sabían pero las
entonaba como propias.
Cuando terminó. Los acompañantes asintieron en
agradecimiento. En ese momento se escuchó la voz del jefe de comunicaciones de
Moscú. Y el Glaz-Temnati[1]
respondió a la brevedad. Y Kremlin lo escuchó diáfano. La gente veía por las
pantallas gigantes el rostro de los cosmonautas, los movimientos que ejecutaban
a la par que escuchaban el conteo final.
Empezó el conteo final
Diez.
El altavoz percute, se blande ante la ventisca
helada. Vientos que bajan de Siberia, murmuran las ancianas.
Nueve.
Dos mujeres se santiguan a escondidas.
Ocho.
Un hombre las observa con desprecio mientras sus
dedos se enmarañan en santa cruz.
Siete.
Siete vacas pastan indiferentes. El hocico succiona
una hebra de pasto que le cuelga entre los labios. A lo lejos, una bufe, con
las patas afianzadas al césped, agita la cola ahuyentando una mosca que desea
posarse en su ano.
Seis. Enciendan los propulsores.
Un fuerte olor a resina quemada se cuela por las
avenidas que rodean el campo del Chkalovskoye. Los depósitos de combustible se
sacuden vigorosos y un hombre se abanica con el periódico más vendido en la
República. Entre sus dedos sobresale una fotografía de primera plana entre
letras cirílicas; reproducción exacta del paisaje que le precede. Abre el
periódico y busca la sección deportiva.
Cinco
Maldice, su equipo perdió la noche anterior.
Las pantallas acopladas en paralelo retratan todos
los ángulos posibles: las tiendas de campaña que turistas implantaron hace dos
semanas; la cabina metálica; el rostro serio de El diseñador Jefe; las manos nerviosas de la esposa que sostiene en
sus piernas a un niño que no deja de preguntar por su padre; la multitud que
inunda la Plaza Roja. Un hombre se ajusta los lentes de pasta gruesa y con un
dedo presiona un intercomunicador: “Cámara 1, lista”.
Cuatro. Ajuste los controles, Podpolkovnik.
El comandante Levkov ajustó los controles, en el
orden preciso, como cientos de veces en las pruebas de vuelo, sin observar a
los cosmonautas que lo secundaban, y escuchó por el auricular del casco el
conteo final.
Tres. Los propulsores babean fuego; no hay marcha
atrás. Dos. El Glaz-Temnati se desprende de la
tierra y con una rapidez parsimoniosa las cuatro letras en su costado se
pierden entre una nube de polvo y luz estigmatizante. Uno. Las cámaras observan
el cohete alejarse. Las mujeres piensan en los astronautas con deseo; los
hombres con la envidia que sólo la admiración suscita. Nueve minutos más tarde,
entre las embestidas de siete fuerzas gravitacionales que obligan al coronel a
contener el vómito, y un ensordecedor ruido que les impide comunicarse con la
base, abandonan la tierra en dirección a la luna.
Siente como el traje se adhiere a su cuerpo, como
ventosa. El asiento metálico se incrusta en cada extremidad. Los brazos firmes,
las piernas rígidas, el conteo invariable que se pierde entre el estertor de
los motores hasta despegar. Ascienden lento, arrastrando 60 toneladas de
material incandescente que abandonarán como si desovaran. El comandante
arrastró la voz cuando indicó los niveles de combustible, la altitud y
velocidad. Yo únicamente veía como las nubes pasaban a mi lado. La ventanilla
derecha me quedaba a la distancia perfecta para ver el paso de la tierra. Las
montañas se convirtieron en manchas verdes rodeadas de tierra, rodeadas de
agua, rodeadas de nubes que se sucedían en chispas.
-
Ocho kilómetros y
medio. 500 presión. 4.25 at. 30,000 km por hora y en ascenso.
-
124 este. 148 norte.
34-43
-
Motor secundario listo.
Fuego.
En el viaje, el tiempo es relativo. Tantas emociones
aletargan. Como al subir a una Amerikánskiye Gorki, la montaña que de niños
vieron con admiración y miedo. La enorme montaña rusa que cuando lleguen a la
altura o edad necesaria dominarán. Y ahí estás ustedes, firmes en la fila,
seguros que lo lograrán. Se suben en la montaña, el cinturón firme, la idea de
que una vez arriba no se pueden bajar y empieza a avanzar, escuchan la madera
crujir bajo sus pies y ven la pendiente acercarse y al final una curva. ¡La
nave va a descender en curva!, piensan o al menos eso creen, cuando sienten el
aire contenido, como si fuesen a hundir la cabeza en agua, y caen. Y ese
instante en que se aferran a la inercia sienten mucho, y a la vez es brevísimo.
Así es despegar.
Sienten el impacto de la gravedad que les obliga
contener el aire, la presión sobre los brazos, acartonados, muslos sujetos a la
estructura metálica. El comandante mantiene fija la vista en los controles. Es
el encargado de controlar la nave y los cálculos tienen que ser inmediatos.
Mientras el teniente me da el resultado necesario para cuadrar, el coronel
tiene que narrarle a Moscú lo que ve por la escotilla. El espectáculo tiene que
ser mayor que cuando los americanos llegaron a la luna. Levkov lo sabe. Tiene
todo en la cabeza. El teniente comienza a transcribir los datos. Moscú los
escucha atento.
-
Once kilómetros y
medio. 490 presión. 9.25 at. 50,000 km por hora y en ascenso.
-
124 este. 157 norte.
34-98.
-
Motor terciario en
posición.
-
Cambio, control.
-
Entendido, Glantz.
Moscú recibió todos los datos.
-
Abandonamos atmósfera.
40 kilómetros. 120 presión. O at. 10,000 km por hora y en descenso.
-
124 este. 220 norte.
36-07
-
Cambio, control.
-
Entendido Glaz, Moscú
recibió todos los datos.
Oscuridad. Oscuridad absoluta. La noche más noche de
mi vida. Una noche como vacío. Tristeza. O más bien añoranza, de una paz que no
recuperarás. Una paz tan grande que todo se vuelve silencio. Eres tú y la negra
oscuridad. No hay estrellas. Y hacia abajo una nubosidad. Aún no estás en el
espacio, sino en una suborbita. Asi que n ves la curvatura de la tierra, ni la
luna que queda a tu espalda. Solo nubes tan delgadas q nublan la vista.
Escuchen al comandante Yurik Levkov vociferar
números. Esos números perfectos. Que reúnen desde la música celeste de
Pitágoras, la perfección de Fibonacci, hasta la posibilidad matemática e
imposibilidad humana de que todo ocurra, el hombre se ha cuestionado de dónde
surge la lógica matemática, del hombre hacia el cosmos o viceversa. En este
momento les puedo asegurar que el cosmos y el hombre están hermanados. En un
abrazo que trasciende dicotomías. Eso es lo que los números indican. En un
complejo enramado de signos.
El traje
se siente mucho más suave. Una pluma empieza a levitar, asciende lento a
nuestro alrededor. La pluma blanca va subiendo y se ladea, si la toco avanza en
la dirección impulsada. Newton tenía razón. Giro en derredor, para ver qué más
flota. Los controles están inalterados. Por fortuna, no veo flotar ninguna
pieza que los técnicos no hayan ajustado y ocasione nuestra destrucción, pero
sí un par de papeles y una fotografía. La tomaré para ver quien nos acompaña en
imagen a este viaje. Es una foto nueva, de revelado technicolor. Con un fondo
marrón y un sofá color mamey. Lo último en moda, 1973. Tal vez en ese sillón,
se sentó esta mañana el presidente. Tal vez en ese sillón, supo que iríamos a
la luna, que nada lo podría cambiar, que estábamos listos y el sería nuestro
comandante. La esposa, con la falda azul marino a la rodilla. Un suéter color
durazmo y el pelo rubio que cae como rebanadas. Cargando a un niño, un niño
rubio, de corte en redondel, como principito, que lo hace ver un poco
desaliñado para la firmeza del comandante. Pero gracias a esa ligereza, se
percibe cierta simpatía, y en ocasiones ternura, del que ve la imagen.
Alrededor, no hay perros que jueguen en al jardín, ni sirvientes, sólo máquinas
que hacen todas las labores del hombre antiguo: muele en segundos trozos firmes
de carne, verduras en un chasquido, y si no las tapan, el contenido sale
disparado. Junto, un horno eléctrico. Y lo más sorprendente un pequeño aparato
donde ve cintas. Gracias a esos aparatos, no sólo ustedes no pueden ver en este
momento, pero también quedará grabado para la posteridad. O mínimo para el
escrutinio.
Ocho segundo después de que el Coronel comenzó a
narrar lo que percibía, la nave salió de subórbita y se escondió en las
profundidades del espacio.
Los objetos comenzaron a levitar. Y ellos sintieron
un golpe seco, como un enfrenón, habían pasado de 9G a la ingravidez. Respiraron
aliviados. Habían abandonado la tierra a salvo, era un pequeño aliciente para
un pueblo repleto de temores.
Ahora el viaje había comenzado para la tripulación.
Un ruido los hizo girar al unísono. Era el motor de enfriamiento. Nunca lo
habían escuchado. El simulador nunca se había sobrecalentado. Barajaron todos los
posibles desperfectos y ruidos que se pudiesen generar, hasta que uno entendió
lo que era y se los explicó a los demás. Todos rieron al unísono. J aja ja.
Dijo el mayor. Jajají, replicó el menor. Aquí sólo rieron, no hubos ni jajaja
ni jajají. Sólo rieron. Y por poco tiempo. Era fundamental que los tres revisaran
el funcionamiento de todos los aparatos.
(No contaremos esta parte, plagada de tecnicismos
que ni ustedes ni el escritor conoce.)
Hasta que se dictó el último número, un siete
perfecto, los tres sonrieron y se dieron cuenta que todo había salido a la
perfección. Aún cuando habían duplicado la velocidad de los estadounidenses. Es
decir, que sí se podrá llegar a Marte antes del final de la década, manifestó
el teniente Yerik. Todos asintieron orgullosos, Rusia había triunfado. Korolov
y Gagarin estarían orgullosos de ustedes tres. Y, en ese momento, usted se
tendió a tu lado descubrió la felicidad. Se quitaron el cinturón de seguridad y
dejaron que la piel se desincrustara del asiento y echaron a volar. Como
soñaron de pequeños. ¿A poco tú, no? Volar, como superhéroe, como Peter Pan.
Sentir esa suavidad que el contacto con el entorno elimina. Dejaron que la
gravedad los llevara. El comandante Levkov golpeó con los controles. El
teniente se acercó a la pared, y pudo ver la oscuridad que el coronel narró. Y él
sólo dejaba que el cuerpo fluyera. Tenían pocos segundos para hacer esto, pues
había que revisar el cohete en su totalidad. Cuando terminaron, regresaron en
forma no coordinada a los asientos a revisar sus tareas. Faltaban menos de dos
días para llegar a la órbita de la luna. En lugar de tres como los americanos.
Y tenían mucho trabajo que hacer. Cada uno con tareas especificas, una cuál más
apasionante que la otra.
Por fin observaron la luna, era gigantesca, mayor de
lo que la imaginaron durante los últimos dos días que navegaron el espacio. El
comandante consideró que era momento de pisar la luna. El coronel se despidió
del teniente y le dio una palmada en el hombro, entre afecto y lástima. Yurik sólo
lo saludó de forma militar y se perdió en el túnel. El teniente asintió,
regresó a la cabina y se ajustó el cinturón, dentro de cinco segundos sentiría
un fuerte impacto, síntoma de los motores al desprenderse y tendría que avistar
por la escotilla como se plantaba en la luna. Al verlo partir no pensó en que
era uno de los pocos seres humanos que podrían vivir esa soledad absoluta que
brinda estar a doscientos kilómetros de sus compañeros o a cuatrocientos mil de
los humanos, ni en el color de la luna, o las estrellas que despuntaban
solitarias, como él, sino en las características del módulo que tantas veces
habían estudiado.
Siente como el El Lunniy Korabl se desprende. El primer encendido funciona. Lo que significa que el
sistema de energía eléctrica compuesto por 5 baterías de plata/zinc (Tres de
ellas estaban ubicadas en el LPU, y las otras dos en
la Cabina) generando una continua a 36 V y dos inversores con corriente alterna
a 125 V y 420 Hz; no funciona a la perfección, lo que le comunica a Moscú. Aún
no pueden verificar todos los sistemas dentro del Módulo lunar, la primer
prueba fundamental. Ya que el sistema de energía condiciona los sistemas de
propulsión (empuje, ascenso, descenso), 4 interruptores de encendido, el
sistema de comuniación VHF, el sistema de regenerador atmosférico, suministro
de oxígeno y presión LPPS –sin gravedad, los pulmones colapsarían y los niveles
cardiovasculares se estabilizarían en detrimento de la circulación. Y el
sistema de navegación, y luminosidad frontal con destellos visibles por el
sextante del módulo de mando hasta una distancia de 722 km ó 239 km a simple
vista. Las luces de posición con un rango de 277 m.
Después de noventa y cinco segundos, puede ver por
la ventanilla, su estructura de Duralmino con un tratamiento T6, que le permite
mantener la fricción y pesar menos de 17 toneladas. Altura:
5,2 m, Diámetro de la Cabina 2,3 m x 3 m. LPU desplegado: 4,5 m. Volumen
habitable: ~ 5 m3. # tripulantes: 2.
Empieza la etapa de frenado, denominada Block D,
que concluye a cuatro mil metros de la superficie, a una velocidad de 100
metros por segundo o 360,000 km/hora. Sienten como se detienen en seco, el
Block E, comandada por el sistema de Radar Planeta a 850 kg de empuje. Después
de eliminar la componente vertical de la velocidad, el cosmonauta hacía la
maniobra final, auxiliado por la SAU (Sistema de Guiado Automático), respaldado
por una computadora de a bordo: WBTsVM, con 20,000 operaciones por segundo,
alimentada por datos de tres canales en paralelo.
Buenas noches. Se prevé que esta noche el cohete
soviético alunice. En el consejo de las Naciones Unidas, el presidente Nixon
aseguró que si los rusos decidían construir su edificación lunar o plantar la
bandera, Estados Unidos lo consideraría una afrenta y atacaría territorio ruso.
En estos momentos, los buques rusos avanzan mordaces hacia territorio
americano.
Son momentos difíciles para la humanidad. Esperemos
Dios esté de nuestro lado y que bendiga a América.
El coronel se sentó en el primer asiento, y el
comandante ocupó el lado derecho del módulo. Todo estaba listo. Los motores
principales encendidos. Sólo faltaba la orden. Se escuchó el siseo del comandante
al proferir: “fuego” (sé los siseos son s, pero en este caso así fue), y el
propulsor escupió con tal fuerza que sintieron cómo los dedos de los pies se
prensaban.
El módulo lunar se separó de Glatz y se dirigió a
28,000 km por hora hacia una órbita mucho menos resistente que la nuestra. Una
vez que orbitaran, como Frank Borman y su tripulación el 21 de diciembre de
1968 a bordo del Apolo 8, podrían ver la respuesta mecánica a la gravedad de la
luna. Mientras, sólo volaban en un espacio repleto de partículas plateadas,
como las que describió John Glenn, sin luminosidad de luciérnagas sino espectro
de luna.
(Como no se si entiendan la historia que les estoy
contando, les transcribo ese suceso descrito con firmeza por Tom Wolfe en Right Stuff.
“Y entonces… ¡agujas! Una tremenda capa da ellas… un
experimento en comunicaciones de las Fuerzas Armadas que se descontroló… Miles
de agujitas brillando al sol fuera de la cápsula… Pero no podían ser agujas,
porque emitían luz… eran como copos de nieve…
-Aquí Friendship- dijo-. Intentaré describir dónde
estoy. Estoy en medio de una gran masa de partículas muy pequeñas,
brillantemente iluminadas, como si fueran luminiscentes. Nunca había visto algo
así. Son un poco redondeadas. Pasan junto a la cápsula y parecen estrellitas,
es como un chaparrón de estrellitas. Giran alrededor de la cápsula y se
amontonan frente a la ventana y todas están iluminadas. Deben tener una media
de dos a dos metros y medio de separación, pero las veo perfectamente debajo de
mí también.
- Roger, Friendship 7 –era el comunicador de cápsula
de Isla Cantón, en el pacífico. ¿Oyes algún impacto en la cápsula? Adelante.
- Negativo, negativo. Son muy lentas. No se alejan
de a más de unos cinco kilómetros por hora o cinco y medio.
[…]
Glenn siguió hablando de sus luciérnagas. Estaba
fascinado. Era lo primero verdaderamente desconocido que se había encontrado en
el cosmos.”)
Detrás de las esporas plateadas, se encontraba el
cráter donde aterrizarían. El coronel sujetaba el mando, el comandante
calculaba y repetía cifras retocables, y descienden con parsimonia. Hacia el
mar galileano que les espera, en una demarcación sombría que esperó oculta a la
atenta mirada del astrónomo italiano.
Durante 1610, Ab
Urbe Condita 2363 o año 988 del calendario Persa, célebre porque llega el
te a Europa de mano de los holandeses y Ben Jonson publica El alquimista, Galileo
perfeccionó su telescopio y lo dirigió hacia la luna. Primero analiza las fases
que separan el día de la noche, las aristas ocultas en la desaparición
paulatina del astro y de pronto descubre que Aristóteles estaba equivocado, el
universo no es perfecto y la luna estaba plagada de valles y montañas. Con
cálculos afortunados, declara que las montañas lunares son gigantescas, casi
tan grande como el desconocido Everest. Y las anotaciones las publica en su Sidereus Nuncius, su mensaje sideral,
donde aclara que “Esta superficie lunar repleta de
manchas, como los ojos azul oscuro de la cola de un pavo real, se asemeja a
aquellos vasos de vidrio que adquieren una superficie rugosa y ondulada si aún
calientes se introducen en agua fría y por eso el vulgo los llama vasos de
hielo. Pero las manchas grandes de la misma Luna en absoluto se ven de
semejante forma, rotas y llenas de huecos y protuberancias, sino que son más
iguales y uniformes. Solamente surgen aquí y allá algunas áreas más claras que
otras. De modo que, si alguien quisiese recuperar una antigua teoría de los
pitagóricos, es decir, que la Luna es casi como otra Tierra, su parte más clara
representaría la superficie terrestre, pero la más oscura congruentemente sería
la superficie del agua.” Y sobre ello, se determinó que las cavidades de la
luna se llamaran Maris, por su desinencia latina. Veintitrés mares con
terminología poética, como la serpenticia Mare Anquis (mar de la serpiente), el
célebre Mare tranquilitatis, o el Mar de las islas. Algunos se pierden en
soledad, otros confluyen en el Oceanus Procelarum, u Océano de las tempestades,
con una extensión de 2568 km. Surcos pluviales
donde “un dios poderoso, habría hundido el mar en la tierra”, conformando
desiertos cubiertos de basalto.
El cráter Tsiolkovski. Depresión
topográfica, de forma circular y márgenes elevados cubierto por lava basáltica
en oscura asimetría y una bahía que descansa en el muro noroeste, a pocos
kilómetros del pico central, los acogerá por
los próximos días en tan breves periodos que se diferencien, que parecerá un
periodo mucho más breve, es el más cercano al lado oscuro del satélite. La
razón es política, los dirigentes del partido comunista no desea que cualquiera
pueda ver su centro espacial. Y es que desde la tierra no se pueden ver las
banderas ni los rover americanos, pues el telescopio más grande es 10 veces más
pequeño que lo que se necesita para ver eso. Veinticinco metros de diámetro
mediría el lente necesario. El problema es que los planos están pensado para un
centro 37 veces más grande que el rover. Cualquier telescopio de la tierra
podría observarlo en una noche despejada y de luna llena. En cambio, es ese
espacio especial, el halo de la luna impediría que los primerizos se enteraran.
Por Estados Unidos no se preocupaban, en ese momento no tienen satélite, y en
el momento que lo envíen, se le muestran los planos como un intento de acuerdo
de paz, pero declinaran la oferta, al creer que no son los verdaderos. De cualquier
forma, cuando el complejo esté armado, ellos empezarán a construir el suyo.
Pero antes deberán construir cohetes tan potentes, que puedan llevar esas
placas de construcción. De un material que aún no se completa, por ello, esta
primer misión, tiene que observar, traer muestra y lo más importante, declarar
ese territorio como un espacio ruso, como una más de las Uniones Repúblicas
Socialistas. Como Colón y Magallanes que detrás de su descubrimiento se
encuentra un ardil político innegable.
El coronel observó la luna. El polvo que se agitó
cuando aterrizaron, continúa flotando, como arena que se levanta cuando los
pies se incrustan al correr. Sonrió. Había llegado a la luna, como se había
planteado de niño. La veía tan cerca, que sentía temor de bajar. El comandante
Levkov, sonrió, le preguntó si “quería tomar un paseo”, se ajustó su traje y
comenzó a revisar las funciones finales. La nave estaba en perfectas
condiciones.
Revisaron los niveles de oxígeno del tanque y
abrieron la escotilla. La luna era hermosa, más de lo que se había imaginado.
Cuando los americanos llegar a la luna, el coronel pertenecía al ejército. Era
del grupo preasignado para ser astronauta, del grupo que se tuvo que conformar
por los muertos en accidente o combate. Él siempre quiso ir al espacio, pero en
especial a la luna. Marte no le interesaba, su rojo distante y el ardor en el
aire no los deseaba, como caminar entre esa luna que cada noche veía y resguardaba
un deseo contenido en su circularidad. Y la tenía frente a él. A un paso. La
observó y recordó esa mañana, cuando los americanos llegaron a la luna, el
coronel pertenecía al ejército. Escuchó la frase de Neil Armstrong “Este es un
pequeño paso para el hombre, pero un gran paso para la humanidad” y se embriagó
de encanto. En cambio, cuando “Buzz” Aldrin descendió, con esa seguridad
teológica, su frase fue más sincera: “Hermosa vista… desolación magnificente”.
El coronel entendió a lo que se refería cuando estaba frente a ella, por fin,
ese deseo disperso en Aldrin era cierto. Era sombrío, magnífico.
Descendió. Desciende. Descendí. Desciendo con
lentitud, cada paso firme, con las manos apretujando el pasamanos y los ojos
fijos en el módulo lunar. Hasta que mi pie golpea el quinto escalón. Falta uno,
y la luna se socializaría.
La textura no es tan firme como la tierra, las botas
blancas se incrustan en la arena, dejan una huella transversada. Giraré. La
cámara en mano y trataré de describirles a todos los que nos escuchan lo que se
siente y se ve en este lugar. “Espero sea lo suficientemente elocuente para
poder describir una porción de lo que se siente”, me dijo el comandante Yurik
Levkov cuando bajó el último peldaño.
El Coronel le preguntó qué veía. El comandante
respondió que no había forma de describirlo, que a lo mejor su esposa conociera
las palabras correctas. El comandante guardó silencio y se quedó observando los
contornos grises, las colinas de granito, el suelo dispar que rodeaba todo el
horizonte, no había nada que entorpeciera la vista, era la majestuosidad y el
silencio. Un silencio como cuando una nota se calla.
En ese momento, el coronel deseo hablar con su
esposa, que estuviera ahí. Siempre, cuando veía la luna pensaba en ella. En el
día que la conocí. En el día que le conté que sería astronauta. Fue antes de
que nos casáramos. Y es que ir a la luna no son tres días. Ocho meses en una
base militar, donde sólo puedes pensar en ser cosmonauta.
Deja
eso.
¿Es
tu pluma?
Sí.
Me
gusta cómo huele la tinta. A arroz húmedo.
Tápala.
Se va a secar.
Cuando
sea tu cumpleaños te regalo una. ¿Qué color te gusta más, rojo o azul?
No
hay plumas rojas, Anja.
Claro
que sí. Hay verdes, amarillas, rosas…
No
de este tipo.
¿Cómo
que de este tipo, astronauta?
Es
una pluma fuente.
¿Entonces
no quieres que te regale nada de cumpleaños?
Como
tú quieras.
Yo
quiero regalarte todo. Ayer pasé frente a una tienda--
¿Cuál?
No
te puedo decir, si no, no sería sorpresa. Y vi un regalo perfecto para ti.
Cuando caminaba de regreso a casa me entristecí.
No
quiero que me compres nada caro.
No
fue por eso. ¿Recuerdas cuando los viernes salíamos de trabajar y caminábamos
por las calles, con las cafeterías llenas y los cines iluminados? Todo
desaparecerá.
Tengo
que ir, Anja.
No
quiero ser la viuda del cosmonauta. Quiero vivir contigo, que les contemos a
nuestros hijos del árbol en el que escribiste mi nombre… Abrázame.
No
llores. Dentro de poco estaremos juntos.
¿Y
que haré sin ti…?
Me
esperarás.
El coronel observó la luna descampada y sonrió. Lo
esperó. Por ella estaba ahí. El comandante recordó a su hija, la mujer que lo
transformó. Cuando nació decidió ue cambiaría su vida. No se le cruzó por la
mente dejar de volar aeronaves aunque arriesgara su vida en cada viaje; decidió
ser duro frente a los demás para que con ella no tuviera que serlo. En este
momento, se dio cuenta que su familia nunca vería las maravillas contenidas más
allá de la tierra y sintió la desolación del cielo profundo.
Las piernas acompasadas de los militares inundan la
Plaza Roja de Moscú. El Secretario General del Comité Central del Partido
Comunista de la Unión Soviética observa la televisión con el teléfono rojo en
la mano. Detrás de la línea se escuchan amenazas que se pierden en un silbido
continuo.
Abajo, la gente ve las pantallas en silencio, sin temores
finitos, y 193 millones de televisores reproducen el caminar acompasado del
Comandante, con la bandera en la mano derecha, sujetando el tubo metálico que
la alzaría, hacia el coronel, que relata las características de esa luna pocas
veces mancillada.
La cámara en el módulo de mando muestra la
superficie rocosa en desnivel, la cámara enfoca las montañas y surcos
invisibles para los telescopios terrestres, la asimetría ante la puesta de sol,
que cada ciento dieciocho minutos se planta frente a la escotilla.
En la base del módulo lunar, una cámara retrata en jump cuts entorpecidos por la señal que
se difumina, al Coronel alejarse de un plano medio a un plano general. El
comandante lo espera, de espalda a cuadro, esparciendo polvo, como pie inmerso
en la arena.
La visera del comandante resplandece la mirada del
coronel oculta en un traje anaranjado que reluce ante el amanecer de la luna.
El coronel enfoca al comandante desplegar los brazos en Plano Americano. Como
vaquero dispuesto a disparar antes de que el sol se oculte en la oscuridad.
No se ven estrellas. Dos hombres en la estepa lunar
con un blandón rojo de contorno rojo, en contraste con el asta amarilla.
En una casa olvidada en las estepas, tres niños, con
las piernas cruzadas y las manos cubiertas de fango, observan el televisor. La
madre baja la flama de la estufa, el agua en el caldero hierve. Con rebanadas
finas destaza cebollas hasta que escucha el sonido tenue que titila.
Se asoma por la puerta de la cocina y ve las líneas
grises que se reproducen en la pantalla, escucha el estornudo del hijo más
pequeño y una luz ciega la casa de vigas de metal y paredes colonizadas de
resplandor.
Un constante delay, ejemplo de la distancia abismal
entre la tierra y la luna, impidió que vieran la luna ondeando sobre la
escalpada luna. El Coronel sonrió al ver la bandera de Rusia, mutada en símbolo
de unión, como lo deseó Sergei Korolev al nombrar Soyuz al programa que los
llevó a la luna. El comandante saludó a la cámara y profirió palabras fraternas
sin escuchas. Cuando esperó el reclamo de Moscú, los gritos profusos de líderes
y miembros del Partido, al trastocar el lábaro, sólo escuchó la interferencia y
en ese momento vio la mano alzada de su acompañante, señalando las nubes
eléctricas que ennegrecían los continentes. Desencajado, caminó hacia la tierra
mientras repetía órdenes de respuesta que nunca llegaron.
-
Módulo de Mando, aquí Venera,
cambio… Módulo de mando, aquí Venera en espera de órdenes de Moscú, cambio.
El módulo de Mando se
encontraba vagando en el área más oscura de la luna. Hasta dentro de veintiséis
minutos podrían entablar conversación.
DISCUSIÓN ENTRE LOS DOS POR
QUEDARSE?
-
… Allá no quedará nada,
o no llegaremos a tiempo. Y si ella sobrevive en la tierra, espero que escuche,
quiero contarle esta historia, que la sienta conmigo, para que vea que esto lo
hice por los dos, para regalarle la luna- dijo el coronel con seguridad,
mientras recordaba instante los ocho meses que permaneció incomunicado de su
esposa. Él no sabía, pero estaba prohibido que dejara constancia escrita de sus
acciones, desde ese día no volvió a escribirle una carta a su esposa, ni
siquiera la última noche que permaneció en tierra, observando el pelo lacio sin
saber que era la última vez que besaba su espalda desnuda. Nadie le impediría
contarle sobre la luna.
-
Adrik, es una orden
–gimió el comandante.
El coronel negó.
-
No todo está perdido.
Piense en su esposa, en su hijo.
El coronel le dio la espalda y plantó la vista en el
horizonte. Dunas, cráteres y el cielo más oscuro que haya visto, y comenzó a
describir lo que le rodeaba.
-
Coronel, es una orden.
El
coronel se detuvo en seco y, sin voltear a verlo, alzó la voz.
-
Comandante, usted
regresa a la nada.
VIAJE A LA SEMILLA
En
el jardín Un cerezo se balancea con la ventisca, las flores ascienden en lento
baile regenerador hasta posarse en la rama abrigada de carmín. Del cuarto de
madera se cuelan las primeras palabras de una pareja, sáraepse eM.
-
Me esperarás.
Las vías del tren arrastran máquinas gigantescas.
Rompecabezas de aluminio con rumbo secreto. Las chispas caen sobre el traje
térmico del soldador. Las piezas comienzan a tomar forma vertical. En una
cámara sellada bocanadas de fuego arropan tres trajes anaranjados. El
comandante Yurik Levkov estrecha firme la mano del Jefe diseñador y divisa una
sonrisa que nunca había mostrado en público. El coronel entra a un cuarto y con
el casco y los auriculares encendidos narra el paisaje hasta afinar la elocución.
El avión asciende a 40 kilómetros y empiezan a levitar, el teniente se impulsa
un metro y sus acompañantes lo persiguen en nado aéreo. Una reportera con el
pelo rojizo estira los labios y con un contoneo de piernas doma al teniente.
Los cosmonautas abandonan la tierra en elevador, a los lejos se ven las ramas
de los pinos que se bambolean a sus pies. Asciende el cohete a una velocidad que
aumenta. 87 kilómetros, abandonamos atmósfera relata el comandante, el teniente
lo secunda con datos. Observan la cordillera rusa repleta de nieve y la música
de los astros se cuela como interferencia. Moscú responde escueto, los Estados
Unidos despliegan a sus tropas turcas. Japón sirve como carguero, el átomo
descansa en balines metálicos. Puntos anaranjados flotan en el espacio,
ensamblan el módulo lunar. Segundos. Horas. Dos días de espera hasta
resplandecer luna. Se despiden con un fraterno abrazo que se interrumpe por la
separación de la nave donde viaja el comandante con el Coronel que maniobran el
módulo lunar con la soltura necesaria para descender en el cráter Tsialovski
con delicadeza, preparar la cámara y replegar la bandera que detendrá la
posibilidad de una guerra. Bombas caen como racimos.
Era una mañana soleada. Los niños se levantaron
temprano, las madres sacudieron la cocina y los padres sellaron papeles en
Kremlin. Los niños cabalgaban en bicicletas de suburbios kansacianos. El
presidente Nixon se ajustaba la corbata negra frente al espejo y rezaba en voz
baja. Kissinger sostenía el teléfono a la espera de una respuesta rusa.
Brezhnev dictó un discurso elocuente sobre la invasión estadounidense en
Ucrania, y aseguró que alunizarían, sin importar las consecuencias. Nixon
golpeo fuerte la mesa. Un niño tiró el cereal del plato, y su madre le gritó,
más fuerte por el abandono del padre hacía doce meses. Dos enamorados se
ocultaban de los padres entre las sábanas, ello lo besaba con fiereza, el sólo
sentía los senos que se amortiguaban en su pecho, y agradeció. Las compuertas
se abrieron, los que quince ocho años lamentaron los búnkers que construyeron
en los cincuenta, los ocupan aliviados. Los ciento treinta y tres millones que
restan observan la televisión inquietos. Los rusos aplauden al Comandante Yurik
Levkov, los chinos temieron una invasión a largo plazo y un niño mongol deseo
ser cosmonauta. Era el tiempo del hombre. El asta se clavó desnuda como trueno
con el mensaje enrrollado, y el cielo se iluminó de un hermoso amarillo
atómico. El no siente como la sonrisa se le amplía por el rostro hasta
descarnado caer por la brisa nuclear, la madre grita contenida con un plato en
la mano y un abrazo en la otra. El sargento lanza una orden, los soldados no
escuchan, el viento cargado de murmullos les devora los oídos. Las plantas se
marchitan hasta Torino y Pekín. Los misiles rusos surcan el cielo con dirección
determinada, todos arrasaran América. Tijuana escucha los silbidos que llegan
como ondas al Salvador. El cielo se oscurece eléctrico. Un perro en Australia
ladra al cielo, hartos un par de ancianos salen de su casa de madera y temen su
muerte más que la de los millones que en seis meses morirán de hambre. Brezhnev
y Nixon lamentan su decisión, los mariscales registran el bunker en busca de
noticias del exterior. Los países que sobreviven se reúnen, los más alejados de
Washington y Moscú construyen bodegas subterráneas aunque estén seguros que
perecerá. Los científicos se reúnen con chamanes y escritores para ver si
alguno inventa una máquina que les permita retroceder en el tiempo, los
clérigos releen a San Agustín y se confortan al saber que para Dios el tiempo
no sucede, que ellos son una minúscula espora de eternidad. Un tiempo eterno para
un apocalipsis instantáneo. This is the end, my only friend the end, suena en rocola
abandonada. Los perros ladraban en eco, los coches reposaban en
estacionamientos de oficinas abandonadas. Un par de amigos beben una cerveza y
dos desconocidos se beben con desesperación en un baño público. El disco gira a
30 VELOCIDAD hacia el final del LP. Círculos concéntricos de negro absoluto.
-
Comandante, usted va
regresa hacia la nada.
El comandante lo señaló enfurecido pero se dio
cuenta que era innecesario. El coronel tenía razón, sin importar que moriría de
asfixia en treinta y cinco minutos. No creían que sería una caminata más larga,
sólo plantarían la bandera y esperarían que Moscú cancelara la misión o les
diera tiempo para descansar mientras resolvían el fracaso político de la
misión. No había en la Tierra nada que se pudiera rescatar. Arrastró los pies recordando
a su hija y subió al Módulo Lunar. Las computadoras y los sistemas automáticos
fallarían, pero los elementos mecánicos y humanos aún podrían llevarlo con el
Teniente. Encendió el motor como a un avión de propulsión y tomó el control.
“95 grados este, propulsión trasera activada, canales 0.9-04-01, códigos
activados” dijo por costumbre no porque alguien lo estuviese escuchando.
Repetir comandos fue su labor durante cinco años como piloto y diez de
astronauta, el momento en que escuchó como el Secretario General contaba las
hazañas del cosmonauta y su encuentro con un universo carente de Dios, supo que
eso tenía que ser, se inscribió en el programa de la defensa y ascendió por el
zigurat militar hasta suceder, de forma natural, a Gagarin y Leonov. Activó los
controles de mando y navegó hacia el módulo de Mando. En ese momento entendió
la idea de silencio que debería haber entristecido a Dios lo suficiente para
habernos abandonado, pensó con la boca contraída y maldijo.
El teniente estaba pálido, con la nariz revoloteante
y los ojos abiertos sin pestañas que disimularan su miedo, y abrió la escotilla
para que el comandante entrara y le dijera que hacer. El comandante maldijo sin
el casco puesto y se sintió liberado. Era el momento de regresar a casa enterrar
a sus muertos y esperar encontrar a alguien con quien compartir su último
momento. Dicta las órdenes de vuelo al teniente y recuerda al Coronel, cuando
repitió la orden con el brazo firme, como si frente a una corte marcial se
encontrara. “No le hice caso, la primera vez. No le haré, esta última. Le daré
la espalda, para caminar hacia la luna. Allá no quedará nada, o no llegaremos a
tiempo. Y si ella sobrevive en la tierra, espero que escuche, quiero contarle
esta historia, que la sienta conmigo, para que vea que esto lo hice por los
dos, para regalarle la luna.”.- dijo a un casco hueco. El coronel sabía que
cuando el módulo lunar se alejara la señal se perdería con las órdenes
aleatorias del comandante, aún así, el comandante sabía que tenía razón, esta
vez no estaría a la puerta, esperando. Lo esperó en silencio unos minutos hasta
que vio como se perdía entre dunas. Ve la Tierra deformada por las nubes, y por
primera vez piensa que tal vez la luna es más colorida. E imagina la lluvia que
inunda a Moscú por sus calles despobladas y habitantes desfigurados. Por
primera vez el Teniente vio como el Comandante lloraba, pero no lo recordó,
sólo dejó caer un par de lágrimas en pérdida común, hasta que se perdieron en
la atmósfera y el Coronel imaginó, entre la arena lunar, que ella lo escuchaba
en un lugar seguro, que los militares los habían protegido en su nombre, que su
esposa no cocinaría para mitigar el miedo, y el hijo no estaría viendo a su
padre en televisión. Los imaginó vivos y sonrió, pero no dejó de hablar por si
estaban muriendo.
Las dunas grises sobresalen ante lo oscuro del
cielo. Es exactamente como las imaginábamos. A la izquierda se encuentra la
pared noreste. Al fondo un ligero ascenso que me permitirá salir y caminar al
punto más oscuro de la luna. Te contaré lo que ningún ser humano ha visto,
sigue mis palabras y podrás verlo.
Es hermosa la monotonía del cielo. Una vez escuché
que las estrellas brillan más que en la tierra pues aquí no hay atmósfera y la
luz no se filtra. No es cierto. Neil Armstrong calló cuando le preguntaron como
era el infinito, hizo bien. El infinito es inconmensurable. La luna es mujer,
es diosa blanca. Cuando, sacerdotes y trovadores aseguraron que era una dama,
no mentían. Comparte la delicadeza de una mujer que observa enamorada a su
pareja irse por segundos y siente un dejo de abandono, y la fiereza de hembra
que defiende a sus seres cercanos. Es lo más bello que he visto, las palabras
que utilice no serán apropiadas, tendrías que verlo tú misma.
Los pies se sienten suaves en las botas, es sólo el
casco el que estorba. Si me escuchan en Moscú no es un reclamo, solo que 25
kilos sostenidos entre el hombro y el cuello llegan a cansar después de horas.
Aún me quedan 35 minutos de oxígeno, suficiente tiempo para contarte. Esta es
la segunda orden que desobedezco, sabes que soy un hombre de costumbres y
órdenes. Comandante si escucha, hacia donde voy no hay órdenes que cumplir.
Moscú, desatengo la regla de no revelar cuestiones personales. No se si aún me
escuchas. El comandante subió hace dos minutos cuarenta y cinco segundos al
módulo lunar. En pocos minutos se perderá la señal, no dudes lo que te dije ese
día en el parque cuando Akim pedía ayuda para columpiarse. Por favor, díceselo.
La luz va disminuyendo. Resalta el pico que centra
el cráter, como una estalactita rodeada de lava. Cuando la luna se formó,
grandes masas incandescentes crearon la anatomía indefensa que fue surcada por
meteoritos. Los pies se hunden en la arena. A veces es difícil dar un paso
firme, pero la ausencia atmosférica ayuda a caminar, es como cuando uno corre
en la playa y el agua empalma la arena, ensombreciéndola tanto que el pie se
hunde en lodo. Nunca había visto cráteres tan grandes en mi vida cubiertos de
oscuridad. Es hermoso saber que uno está en el centro del universo, que sobre
cada uno de nosotros se encuentran los alrededores de ese UNO. En este momento,
tengo la certeza de soy el único hombre en millones de kilómetros a la redonda.
Que la última voz que escucharé será la mía, me da mayor miedo que no ver otra
figura que me sea familiar.
Veo volcanes que se pierde su copa entre la lejanía;
veo marcas de pequeños meteoritos que rebotaron sobre la superficie y
continuaron su viaje; veo el fondo negro como si cerrara los ojos; veo una luz
tenue a lo lejos, falta pocos días para que la órbita se cumpla; atrás de mi
veo la base del módulo lunar que sirvió como torre de lanzamiento; abajo el
vehículo lunar que utilizaríamos para recabar información geológica para
construir el centro espacial, el problema es demasiado lento, menos de 20
kilómetros por hora. Al fondo, la bandera azul y amarilla que plantamos frente
a la cámara; veo las partículas que se levantaron al despegar; veo la silueta
de la tierra que se pierde grisácea; si estuvieran aquí sentirían esa magnífica
desolación que narró Buzz Aldrin hace cuatro años. Ese video lo repetimos hasta
que entendimos sus errores, esa tarde el General explicó que la parquedad
alejaba a los espectadores, “Coronel, tiene que aprender a hablar” me dijo con
sequedad, no pude más que reír y aceptar la orden. En este momento, mi cara se
refleja en el vidrio del casco, extraño verse a uno y de fondo hectáreas
vacías. Es similar al paisaje de Siberia de noche, con las enormes montañas
cubiertas de nieve, en este momento es una copia con el fondo de una tierra que
parece luna. Recuerdo un día en especial, era un invierno crudo, el paisaje
similar a este, fue la primera vez que me visitabas en el cuartel, y cuando te
ibas me preguntaste “¿Qué me vas a dar si vuelvo?, y sólo pude contestarte
“Imprimiré en tus labios una sonrisa”. Me encantaría poder hacer eso ahorita.
La luna es gris pardo, tiene una
textura blanda y todo permanece inmóvil. Hace poco un estadounidense estuvo
aquí tratando de jugar golf, seguramente la pelota continua rondando la órbita
lunar. En veinte minutos trataré de atraparla. Me cuesta trabajo hablar, no por
el oxígeno, aún tengo más del 7% del principal y lo necesario en mangueras. ES
difícil comunicar el estar aquí. Si giro en 180 grados. Al suroeste hay una
capa gruesa de lechos uniformes y horizontales, a las 3 en punto hay una
saliente de basalto en capas quebradas, inclinadas con traumatismo. Al fondo un
dique, con cuarenta y seis kilómetros de ancho, con unos mil metros de
depresión, repleto de picos agudos y cerrados. En el norte puedo ver una vista
espectacular, puedo ver Ícaro, las constelaciones se pierden un poco, pero
Marte sobresale con su rojo desproporcionado. Es hermoso. Ojalá lo pudieran
ver. En el centro, el pico es de espolón enorme en los lados sur y este, y
macizo en el lado norte, así como estratos en su suroeste de la pendiente expuesta,
lo sé, yo sólo puedo ver el lado norte, con la textura de un arrecife rocoso. A
mis pies hay una hendidura reciente, algunos miles de años, un objeto pequeño
resbaló por acá hasta dejar un cráter tan superficial que un telescopio no
podría percibirlo.
El comandante dejó de escuchar al Coronel, empezó a
contar:...
Vendrán
lluvias suaves y olores de la tierra, y golondiranas que girarán con brillante
sonido; y ranas que cantarán de noche en los estanques y ciruelos de tembloroso
blanco, y petirrojos que vestirán plumas de fuego y silbarán en los alambres de
las cercas; y nadie sabrá nada de la guerra, a nadie le interesará que haya
terminado. A nadie le importará, ni a los pájaros ni a los árboles, si la
humanidad se destruye totalmente; y la misma primavera, al despertarse al alba
apenas sabrá que hemos desaparecido. (Ray Bradbury, Crónicas marcianas)
No hay comentarios:
Publicar un comentario