NOSTALGIA DE VUELO
David Núñez Ruiz
El
24 de diciembre de 1968, a bordo del Apolo 8, el coronel Frank Borman tomó la
cámara y apuntó a la tierra. Detrás de la luna gris cráter, retrató mares y continentes en una imagen inaugural,
nubes y tornados en un parpadeo y trastocó un mundo que desconocía. A partir de
esa fotografía, que comprobaba que no sólo no éramos el centro del universo
sino un acuario del tamaño de una canica, se creó un efecto de perspectiva que transformó
al humano. Esta novela trata de ciertos personajes que comparten la pecera y el
deseo nostálgico por viajar al espacio; todo bajo la premisa de que sólo la
literatura nos permite concretar anhelos.
Dante
Alighieri determinó que es imposible no escribir de uno mismo cuando se narra.
Concuerdo. Desde niño, mi sueño era ser astronauta. Sé que es un deseo común,
pero en verdad quería serlo. Leí libros de ciencia ficción y vi todo tipo de
películas –principalmente influido por “The Right Stuff”, basado en el libro
homónimo de Tom Wolfe- hasta que en secundaria me di cuenta que era imposible
que viajara al espacio por dos razones: la primera, constatar que se
necesitaban demasiados números y yo era pésimo en quebrados; el siguiente
bandazo consistió en que para entrar a la NASA debía tener nacionalidad
estadounidense, así que mi sueño terminaba en Tijuana. Ese año decidí que
quería ser escritor, porque la única forma de cumplir mi sueño sería a través
de la imaginación. Si, tenía 13 años y era ingenuo.
Después
de escribir un libro de cuentos, ensayos sobre el proceso de creación narrativa,
dos novelas, una guardada en un cajón, con llave, y una hipernovela, en
posproducción digital; decidí que era el momento (mucho antes del boom que
generó Gravity) de contar esta
historia sobre el viaje a la luna.
Al
principio, Nostalgia de vuelo no era
una idea concreta sino la forma de complacer al niño frustrado. En un inicio
creí que sería un relato, por lo que a finales de 2012, escribí 50 cuartillas
con el título de “Estudios
para un cuento de ciencia ficción /ó/ 28 formas de observar una luna rusa”. El
argumento versaba sobre el viaje a la luna y un apocalipsis nuclear. Al concluirlo, me di cuenta
que era tema para una novela.
Partí
de que la novela sería realista y no cienciaficcional, así que empecé por lo
que primero me atrapaba, el viaje a la luna y un título: Nostalgia de vuelo.
Durante
miles de años hemos levantado la mirada, cada noche, para ver la misma luna, y
siempre hemos sentido nostalgia y necesidad no de capturarla sino alcanzarla.
Por ello, la mayor nostalgia se genera no al sentirla demasiado lejos, como todos,
sino volar hasta sentirla tan cerca sin poder apresarla. Hay dos grupos que lo han
compartido: los astronautas que llegaron a la luna pero no descendieron y los
ingenieros que crearon los cohetes pero nunca viajaron. Sobre ello estructuré
la historia.
Como debía ramificar la trama,
empecé a investigar la historia espacial estadounidense y soviética, a reestructurarla.
Me interesaron en especial dos historias.
La
del Apolo 8, los primeros humanos en llegar a la luna, rodearla, tomar imágenes
de la tierra y, después de sólo un día orbitar, regresan con la nostalgia de no
poder alcanzarla. Uno mantiene la esperanza de alunizar, Jim Lovell, el
comandante que tuvo que abortar la misión del Apolo 13 y, como reza su
autobiografía, perdió la luna.
Me
gustó este relato porque, además de perder la luna, transformaron la tierra. A
partir de esa imagen terrestre, la gente se preocupó por el planeta, sus
habitantes, y percibió su insignificancia. Este efecto de perspectiva, según
algunos filósofos, transformó al humano, generó la posmodernidad, la ecología y
la noción social de que la gente se preocupara por el planeta y sus habitantes;
lo han llamado el “overview effect”.
Consciente
de que las narraciones sobre viajes hacia la luna se han centrado en el
despegue y el alunizaje, determiné contar la acción de acuerdo a su
temporalidad vivencial, es decir, relatar los tres días rutinarios de los
cosmonautas por el espacio, centrarme en el viaje y no en la acción
conquistadora de plasmar una huella selenita.
Ante
ello, necesitaba una subtrama que rivalizara con el viaje, para que la historia
no fuera plana. Al
investigar la historia espacial soviética descubrí la historia del
Diseñador Jefe y noté que cumplía con los requisitos dramáticos.
Su
nombre era Sergei Korolev, transformó el siglo veinte y casi nadie lo conoce. Ideó
los misiles que amedrentaron a Occidente y sentó las bases de la carrera
espacial: construyó el primer cohete espacial y obtuvo éxitos memorables, desde
el primer hombre en el espacio, Yuri Gagarin, hasta fotografiar el lado oscuro
de la luna, que le dieron la primicia a la carrera espacial soviética sobre la
estadunidense; hasta su muerte temprana. Este hombre no sólo es el padre de la
aeronaútica actual, sino un hombre que soñó con alcanzar la luna y nunca
materializó su deseo.
Además
de ese elemento unificador, su historia cautiva. Después de construir el primer
cohete de propulsión, Stalin lo encierra por una década en un Gulag siberiano y en un
campo de trabajos forzosos. Cuando se dan cuenta de su valía, lo liberan para
que construya misiles y cohetes pero lo reprimen. Ante el miedo comunista de
que los Estados Unidos lo secuestre, impidieron que fuera reconocido. Ni
siquiera su familia conocía su labor en la carrera espacial y en 1958, cuando
su éxito con el Sputnik le valió el premio Nobel, el régimen de Nikita Kruschev
impidió que lo recibiera. Lamentablemente, en 1966, Sergei Korolev murió
por padecimientos adquiridos durante su reclusión y el gobierno soviético
canceló la carrera espacial.
Estas
dos historias que cuento de forma alternada versan sobre el primer elemento de
esta novela: la nostalgia de la luna.
El
segundo punto del que trata esta novela es del fracaso de nuestra generación:
nos prometieron mucho y hemos obtenido poco. En un mensaje de twitter, Buzz
Aldrin, el segundo hombre en pisar la luna, aclaró que para 2010, “me
prometieron colonias en marte, en vez de eso tengo Facebook”. En los años de mi
infancia, aseguraron que para el 2015 habría autopistas celestes, patinetas que
volarían, ciudades autosustentables y la desigualdad sería menos alarmante. Nos
engañaron. Pero, lo más terrible, nos anunciaron que podríamos concretar dos ideales,
esenciales para nuestra individualidad e inalcanzables: vivir de lo que nos apasiona
y encontrar el amor absoluto. De esa decepción también trata esta novela.
De la lucha por conseguirlo y la
insatisfacción se deriva la tercera historia, la que une las dos historias
deshilvanadas (la historia espacial estadounidense con el Apolo 8 y la rusa,
con Serguei Korolev). Matías es un escritor que no escribe y estructura su vida a
partir de las novelas que planea pero nunca conforma. Al llegar a los treinta
años y, a partir de la muerte de su madre, decide desarrollar su novela sobre
el viaje a la luna: una ucronía ciencia-ficcional sobre qué hubiera pasado si
en 1974, en vez de que con Leonid Brezhnev la guerra fría se tranquilizara, los
comunistas continuaran con la carrera espacial y la paranoia se acrecentara en
los Estados Unidos, desatando la guerra nuclear. Con el fin de vivir experiencias
cercanas a las que describirá, Matías entra a trabajar a un acuario y conoce a
Regina, quien lo cautiva. Mientras conforma las fases del proceso creativo de
su novela, Matías
desarrolla una relación amorosa con Regina, entabla un vínculo filial con su
padre y disfruta la vida en el acuario. Un día, se da cuenta que ella no es la
mujer ideal y busca el amor perfecto con la sospecha en contra de que todas las
mujeres, por azar o destino, mientras no las conozca, pueden ser la indicada, Cuando
Matías se da cuenta de que el amor absoluto no existe, imposibilidad a la par
de alcanzar la luna, decide abandonar el acuario y dedicarse a escribir su
novela.
A diferencia de otras novelas que
versan sobre el proceso narrativo, Nostalgia
de vuelo no trata sobre el proceso de escritura o el bloque creativo, sino
sobre el armado de la novela. En el proceso en que Matías encuentra la idea,
conforma la trama, define los personajes y concreta la estructura y el estilo,
se suceden las otras dos subtramas como investigación histórica para construir
sus personajes e historias ficticias; de tal forma de que cuando Matías decide
escribir, los lectores ya conocen todos los materiales sobre los que se basará
para inventar su historia ficticia y ellos podrán conformar su relato.
Es
decir, estructuralmente utilizo la forma de cajas chinas[1],
donde en el primer nivel Matías conforma una trama y genera un proceso creativo
previo a la escritura que contiene las otras narraciones en torno al viaje
lunar: la subtrama de Korolev y la del Apolo 8, como elementos históricos. Ello
brinda cohesión y genera niveles narrativos vinculados que las convierten en algo
más que historias engarzadas o en episodios alternados. Todos los personajes
están interconectados, ya sea con detalles, de forma simbólicas hacia la novela
de Matías o evocativas entre ellas.
Una
vez definida la trama y los personajes tenía que encontrar el sentido final de
la novela, el proceso que deseo generar en la lectura.
Creo
que todos los lectores cada vez que recrean un libro que les gusta desearían
haberlo escrito y ser más que intérpretes. He ahí el éxito de la propuestas
posmodernas, como la de Calvino o Cortázar, en las que el lector es partícipe
de la concreción narrativa. Bajo ese legado, esta novela no busca reinventar
realidades sino que el lector habite la novela.
Cuando
ideé Nostalgia de vuelo, lo segundo
que planteé -después de poder satisfacer mi obsesión frustrada- fue cómo generar en el designatario
la posibilidad de ser un artífice y no sólo un receptor. La forma que encontré
es plantar los elementos durante la narración para que en la lectura se
concrete el proceso de creación de una novela, en este caso, la de Matías. Partiendo de la idea que determinó
Salvador Elizondo: “la verdad de una novela es siempre la lucha que el escritor
entabla consigo mismo; con ese y eso que está creando. La composición es
simplemente la confusión de las palabras y los hechos”. Al desarrollar las fases del proceso
creativo, que van desde idear la trama hasta la investigación, el lector
obtiene los elementos que conforman la novela y su proceso con lo que al
finalizar puedan reescribir su propia historia, por ello Nostalgia de vuelo es una obra abismada.
El
proceso de creación narrativo es un tema sobre el que he reflexionado durante
varios años. Desde que decidí dedicarme a las letras me di cuenta que lo que
más me interesaba era conocer el proceso creativo de mis autores favoritos, no
sus temas, símbolos ni influencias, sino el camino que transitaron para
convertir el papel blanco en la obra maestra que me apasionaba, con envidia. Escribí
mi tesis de licenciatura y de maestría sobre esta idea, estudiar la obra no
desde el texto en sí mismo sino como creación actualizada en escritura, lo que
permite dilucidar los mecanismos que gestan una obra. Ello me permitió
conformar esta novela.
Además de sublimar mi deseo de ir
a la luna y de buscar concretar la creación en la lectura, la literatura me
permite materializar ilusiones en esta realidad tangible.
Las
razones por la que un hombre decide escribir varían con cada creador: García
Márquez aclara que escribe para que sus amigos lo quieran o, Clarice Lispector,
determinaba que “escribir es intentar entender, es procurar reproducir lo
irreproducible, es sentir hasta el final el sentimiento que se quedaría en algo
solamente vago y sofocante”. Para mí, la razón es clara: la literatura me
brinda la oportunidad de concretar anhelos y obsesiones.
Durante el 2013, me dediqué a una
de las labores más divertidas de la creación: investigar sobre el viaje a la
luna; en dos senderos, vivencial y a través de la lectura. Como Flaubert, creo
que uno no puede escribir de lo que no conoce.
Escribir una novela realista sobre
el viaje espacial conlleva reglas diferentes, o al menos de esa forma
justifiqué los dos viajes que hice, uno al Centro Espacial Kennedy, en Orlando,
el lugar del que despegaban los cohetes rumbo al espacio, y uno más a White
Sands en Nuevo México, desierto donde probaban los cohetes y llevaban a los
astronautas a caminar sobre las dunas blancas, para que se adaptaran al paisaje
lunar.
En 2013, completé la
investigación sobre el viaje a la luna, el programa Apolo y el soviético,
analicé más libros, documentales y películas de las que en un principio creí
que existían, y
decidí seguir el entrenamiento de un astronauta. Por una parte me subí a los
juegos mecánicos que sólo me revolvieron el estómago, e intenté experimentos de
resistencia que provocaron dolores de cabeza. No era suficiente, por lo que
entré a un curso intensivo de buceo, tres veces a la semana durante ocho meses,
y buceé en mar abierto, en cavernas y cenotes, para conocer la gravedad cero,
económicamente más accesible, y caminar en un espacio extraño.
Nostalgia
de vuelo cubre mis obsesiones y se
encamina en mi búsqueda estilística. Por ello, desde hace cuatro meses
empecé a escribir esta novela. He escrito los primeros tres capítulos y seguiré
avanzando y puliéndola. En la muestra de obra, adjunto 31 páginas en primera
versión de un capítulo intermedio. Aún faltan las 3 o 4 versiones, y revisiones,
que todo escrito necesita. No adjunto otros textos porque esta novela
representa mi búsqueda estética, actual.
Aunque haya empezado,
siempre los apoyos ayudan a materializar las obsesiones con mayor eficacia. Obtener
una beca genera beneficios: una institución avala tu profesión; la asesoría
literaria, siguiendo el consejo que dicta Antonio Alatorre en Ensayos sobre crítica literaria, “Todos,
en mayor o menor medida, nos apoyamos en otros más expertos que nosotros, en
hombres que han leído más, o que han desarrollado mejor el difícil hábito de
pensar”; además del tiempo que otorga el apoyo.
Concuerdo con el teórico
Percy Lubbock en que la única ley del novelista es ser consistente con algún plan, de seguir el principio que
haya adaptado. Por ello, creo en la planeación arquitectónica de la novela.
Tengo una escaleta capitular y si desean leer avances mayores que los que
adjunto a este proyecto, los invito a seguir este blog
[1]
Vargas Llosa define a las cajas chinas o matrioskas en Cartas a un joven novelista: “Cada historia contiene otra historia
[…], las historias quedan articuladas dentro de un sistema en el que el todo se
enriquece con la suma de las partes y en las que cada parte –cada historia
particular- es enriquecida también (al menos afectada) por su carácter
dependiente o generador respecto de las otras historias.”
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