Es de noche. En una alberca iluminada, Santiago, de
30 años, flota bocaarriba. Todo es silencio. Adentro, en la casa, una mujer se
aferra a las sábanas en llanto contenido. El suelo está invadido de vidrios,
una fotografía reposa boca abajo.
Santiago está en su cuarto, con la computadora
encendida, sin poder escribir. Harto, sale de su casa, en busca de una
historia. Recorre calles, inspecciona establecimientos, hasta que ve una mujer
que camina por la calle, vestida con traje sastre, bolsa de y sólo un zapato.
Intrigado la sigue y platica con ella. Las afinidades subyacen, sin saber que
detrás de esa aparente casualidad se encuentra
Maia, 27 años, siempre quiso ser arquitecta, observa
los edificios a la lejanía en la mañana. De pronto, un alarido. Camina agotada
al cuarto de sus hijos, Mateo, de 4 años, llora, mientras Román, de 6, brinca
en la cama. Maia arrulla a los hijos y prepara el desayuno para Omar, su
esposo. Mientras desayunan, ella le pide que dejen a los niños un fin de semana
con la vecina y se vayan de viaje. Él prefiere que los cuatro vayan de viaje.
Omar se va a trabajar y Maia se queda en la casa. En la tarde platica con la
vecina, le explica que la vida de pareja se ha difuminado. El sol cae. Es hora
de bañar a los niños y acostarlos, antes de que llegue Omar. La regadera se
escucha. Román observa en la puerta, y le pregunta a su mamá por qué hunde a su
hermanito. Maia lo toma de la mano y lo sumerge en la tina.
Marek corre por la selva,
desesperado. Observa su piel, es blanco, moteado. Escucha voces, cada vez están
más cerca. Gira y ve que un grupo de cazadores negro lo persiguen porque es
negro y albino, una mezcla deleitable para los brujos que con su piel, huesos y
sangre realizan pociones mágicas. Aún faltan kilómetros para llegar al
siguiente poblado, su única posibilidad de sobrevivir.
Una mujer trabaja en una fábrica
maquiladora. De pronto, rompe en llanto, recuerda un viaje en tren. Una pareja
joven y adinerada, acompañada por una niña de cinco años que juega con una
muñeca, viaja en un compartimento. Salen de Beijing. Los acompaña una muchacha
va a una cita de trabajo. Platican de forma amena hasta llegar a la cuarta
parada donde los cuatro bajan del tren y se despiden. La joven regresa de su
cita, la niña espera en una banca de la estación; la abandonaron porque en
China sólo se permite un hijo y quieren un varón.
,
donde el libro no sólo obedecerá a un hegemónico hilo argumental sino
experiencias hiladas con diseminación narrativa
¿Para
que escribir una novela si el mundo es una ficción? Vivimos en una realidad
quimérica, sin que ello nos sorprenda. La causa, “Vivimos dentro de una novela.
Cada vez es menos necesario que el hombre invente un contenido ficticio. La
ficción ya está ahí. La tarea del escritor es inventar la realidad.” Declaró
J.G. Ballard en su prólogo a la novela Crash.
Reecribir la realidad es la función; la forma, despojándonos de ella. Ir más
allá
El fin de la humanidad se acerca y nos alegramos por
ello.
En 2053, nace el humano número diez
mil millones. No hay nada que celebrar. Los recursos materiales se están
agotando; la naturaleza ya no puede soportar los acechos de nuestra especie.
Los veinte países más ricos (Estados Unidos, Alemania, Inglaterra, Francia,
Italia, España, Portugal, Australia, Japón, Rusia, China, Brasil, India,
Sudáfrica, Egipto, y Canadá) se reúnen para decretar sobre su supervivencia.
Deciden recabar provisiones y asolan a las poblaciones más indefensas. En un
asalto despiadado, los animales son confiscados, los sembradíos retenidos y el
agua dulce, el mayor bien, es reencausada para abastecer a los países más
poderosos del mundo. Durante tres años la desigualdad es insufrible, por lo que
la gente más pobre decide enfrentarse con los dueños de las provisiones.
Comienzan en pequeños poblados y puertos marítimos, hasta llegar a grandes
ciudades e invasiones entre los países. En pocos meses se desata una guerra civil
a nivel mundial.
El G-20 utiliza su ejército y armas
innovadoras para contrarrestar el caudal de indigentes transmutados en
reclutas. En cruentas batallas, los desheredados ganan posiciones y empiezan a
confinar a un grupo cada vez más pequeño de beneficiados en las principales
ciudades de sus países. Después de cuatro años, los líderes de los dos bandos
deciden pactar. La causa, tres mil millones de personas han muerto. Y los pocos
recursos se desvanecen a una velocidad atroz. Tienen que encontrar una solución.
Es imposible repartir los recursos,
no son suficientes. Así que después de meses de idear una forma, un grupo de
científicos da una solución pertinente. Es la única esperanza. Es 2060.
El mundo sólo puede mantener a mil
millones, por lo que los otros seis mil perecerán a menos de que todos hagan un
sacrificio. La única forma es despoblar al mundo. Para ello, todos deben luchar
por la utopía. Durante una generación, la escasez será despiadada, pero la raza
sobrevivirá. Veinte años en los que se restructurará el mundo. Los campos serán
sembrados, los animales se reproducirán de forma lenta pero constante. Estará
prohibida la cacería, el desperdicio y los recursos se racionalizarán hasta el
exceso; sólo lo necesario para sobrevivir. La ley suprema: Ningún humano se
podrá reproducir.
Después de veinte años, el mundo es habitable. Han
construido ciudades sustentables y armónicas, aunque novecientos millones más
han muerto durante el proceso, algunos de hambre, otros de inanición. Han sido
veinte años de esclavitud generalizada para sobrevivir.
Ha llegado el momento de vivir en un mundo ideal.
Todo está listo.
Durante veinte años se han acostumbrado a observar
un cielo cambiante. El cielo sigue siendo azul; las nubes mutan con
cotidianeidad. Una línea recorre el cielo. Durante los últimos diez años se ha
ido tejiendo en torno a la tierra un anillo metálico. ¿La causa? Cinco mil
millones de humanos no vivirán en la tierra. No viajarán a otros planetas, no
existe la tecnología para ello, sino hibernarán en una máquina especial.
Diez años se tardaron en conseguir los materiales
necesarios: acero de alta pureza, titanio y Kevlar. Diez años para construir un
anillo geoestacionario de 84 kilómetros de largo por cincuenta metros de ancho,
dividido en siete pisos de igual altura.
El piso superior contendrá los motores que
mantendrán en funcionamiento a la máquina. El funcionamiento solar los hace
autónomos de la tierra, sin embargo, en el extremo superior se encuentran las
máquinas que regulan la presión subatmosférica, controla la temperatura
corporal de las cabinas y administra el gas somnífero.
Los cinco pisos centrales contendrán a cinco mil
millones. Cada humano hibernará durante quince años en una cabina individual,
conectado a cables. Cables que florecerán de su cráneo, de su boca abierta, de
sus pulmones. Los necesarios para respirar, alimentarse y no despertar. En esos
años, los hibernales vivirán a partir de sueños modulados para generar
sociedades modélicas.
Cada tres años, uno de los paneles, bajará a la
tierra y los humanos que habitan la tierra ascenderán a la órbita geoestacional
por uno de los tres pilares que une al piso inferior de la máquina con la
tierra. Cada pilar de metal suministra, por medio de tubos en su interior,
oxígeno y nutrientes para que la gente sobreviva en las cabinas. Además, la
máquina tiene un dispositivo que funciona como elevador, donde la gente
desciende al mundo y asciende a los paneles para sumergirse en el estado
letárgico. El proceso de transportar a los mil millones de humanos tarda seis
meses.
El primer problema que se plantearon fue la
ubicación de los pilares. Los países dominantes ocasionaron la Gran Guerra, por
lo que quedaron descartados. Necesitaban países ubicados en diferentes
continentes, y con características espaciales definidas: arriba del Ecuador,
con amplia gama de recursos naturales y que sus habitantes representaran la
hegemonía cultural (religiosa y lingüística). Por ello, decidieron que en Asia
fuera Corea del sur; en África, Tanzania, y en América, México. En cada uno de
los países, cuando transcurrían los tres años, se ajustaba la maquinaria para
que las cabinas bajaran. Si alguno de los pilares no era accionado, las cabinas
permanecerían inmóviles en el espacio.
Durante ese ternario, mil millones de humanos
vivirán en la tierra. Cada uno desempeñará una función durante dos años y
medio. Los últimos seis meses podrán viajar a cualquier parte del mundo. Todos
vacacionaran a la vez, pues los medios de transporte tradicionales (barcos,
aviones y automóviles), fueron utilizados como medio para la guerra, por lo que
son destruidos y en su lugar se construye un monorriel eléctrico que recorre el
mundo a velocidad sónica. El problema es que tarda tres años en recargarse. El
recorrido final lleva a los humanos a las cabinas, donde dormirán.
Los sueños son acordes a la edad del soñante, el
inconsciente reúne el material que recabó durante tres años en la tierra y lo
une a mensajes que la maquinaria cifra de acuerdo a las características que
eligieron para ellos. De esa forma, prosiguen su vida a través de sueños.
Sueños ininterrumpidos que duran quince años. Los sueños están estructurados en
tres etapas.
En la primera, se reproducen los momentos más
importantes del tiempo pasado. No sólo bajo la máxima de recordar es vivir,
sino que mientras recuerdan, la máquina registra la información para conformar
los siguientes sueños, que serán mezclados con discursos que les brindan las
pautas emotivas y morales para vivir de forma armónica en la tierra.
En la segunda etapa, los sueños se mezclan con
elementos educativos. Durante inco años soñarán con trabajos y funciones, para
que aprendan y perfeccionen el oficio que desempeñarán en esos tres años.
Por último, se generan recuerdos y memorias de
quince años de vida, para que cuando el soñante baje a la tierra sienta que ha
vivido esos quince años. Aunque el lugar que ocupan los habitantes es elegido
de forma azarosa, y las relaciones filiales se diluyen, en sueños se fomentan
los vínculos emotivos que entabló en la tierra.
En la tierra nadie cuenta sus sueños completos, sólo
partes intrascendentes. Dentro de los sueños se ocultan secretos y miedos,
decisiones y deseos. Así como habilidades que ostentan.
La máquina no sólo es un aparato complejo, sino
autónomo. No necesita mantenimiento periódico y los motores trabajan con luz
solar. Solo en un aspecto aún la controlan los humanos. Los dirigentes
decidieron que un grupo no abandonara la tierra, y controlara de forma manual
el dispositivo que hacía funcionar la máquina. El automatismo tecnológico
podría tener fallas catastróficas y la humanidad no podría correr ese riesgo.
Cada guardián viviría en uno de los países sedes y para salvaguardar este
orden, no se conocerían entre sí, pero compartirían un código personal que legan
a su primogénito, así como el conocimiento de la máquina y la obligación de
dedicarse a ello. Para que la gente no los reconociera, vivirían en las
ciudades ocultándose en una labora ancestral. Esos tres elegidos fueron
conocidos como los libreros.
Durante los siguientes tres años, la tierra se
despuebla. Cinco mil millones abandonan sus países, y los mil millones
restantes se quedan con la consigna de, durante los siguientes tres años,
mantener el orden establecido. Así ha sobrevivido la humanidad por tres
generaciones. La época en que la gente vivía despierta la mayor parte de su
vida es vista con nostalgia y lejanía. De esa época no quedan más que recuerdos
ajenos, pues la primera generación de la máquina ha desaparecido. Algunas veces
en el espacio, encerradas en cabinas como ataúd, pero casi siempre en la
tierra. A los ancianos y enfermos terminales los dejan morir despiertos. En una
amplia soledad de desposeídos, recuerdan a sus familiares y amigos que no
verán, mientras aquéllos crecen en una vida alterna. Los niños se convierten en
adultos dentro de cabinas acuosas; los adultos pierden movilidad y pelo. Sólo
los moribundos, los infantes y las madres embarazadas pueden permanecer en
tierra, para que la vida y la muerte se concreten al aire libre. Sólo unos
elegidos pueden ser padres y puede permanecer durante dos ciclos en la tierra
para educar a los niños. Cuando el periodo se cumple, los padres abandonan la
tierra y tienen la opción de decidir si los niños abandonan la tierra con ellos
o viven con azarosos visitantes que fungen como tutores por el siguiente ciclo
pero que nunca volverán a ver. En la tierra existen niños de entre dos y ocho
años. Hasta que son embarcados y durante los siguientes quince años levitarán
en inconsciencia, padeciendo su adolescencia en duermevela. Cuando regresen de
dieciocho a veinticinco años, convivirán con sus padres o con los tutores que
los acompañaron en su tercer periodo en tierra.
Durante un siglo no ha existido una variación
poblacional. Todos están seguros que el mundo puede contener a seis mil
millones de humanos, pero sólo de forma itinerante. Por ello, determinan la
cantidad de nacimientos de acuerdo a la tasa de defunción. Y, sobre esa base,
escogen a las personas que podrán reproducirse. Durante el sueño, plantean el
deseo de ser padres, así como a los demás les inhiben esa posibilidad por medio
de traumas inconscientes. Los sueños y pesadillas impiden que la gente se
reproduzca con fruición.
En 2153 se cumplen cien años de que la Guerra Civil
estalló. Durante un año, el mundo celebra el nuevo orden: los humanos viven en
armonía, en un mundo igualitario, sin guerras intestinas ni conflictos
internacionales; la naturaleza restaurada convive paradisíaca, y la máquina
funciona a la perfección. Todo parece ser perfecto, excepto que la utopía es
fallida. Es cierto que la gente no recuerda los tiempos de carestía pero
tampoco ha creado lazos emocionales duraderos; en tres años tienen que entablar
los lazos que los orientaran en su vida nocturna. Y sólo podrán repetir este
ciclo, cuatro o cinco ocasiones. Ello ha causado cierto descontento entre
algunos habitantes y temor en otros. Pero saben que es la única forma. El gran
sacrificio para subsistir como especie.
El mundo continúa. Treinta y tres veces desciende la
cabina. Hasta que en 2181, Santiago, hombre de 30 años, abandona la máquina por
primera vez.
Recibe un paquete, donde le indican el lugar donde
vivirá, el trabajo que tendrá y una identificación que le otorga beneficios
sociales y obligaciones. Se sube al tren elevado y aunque la luz le molesta,
observa las montañas que rodean la ciudad de México, los lagos que dividen las
calles y en minutos se encuentra en una pequeña colonia. Baja del tren y camina
a una casa que destaca. Entra y recuerda, cuando vivió ahí de niño. En la sala
están dos seres envejecidos -fueron sus tutores hace quince años- lo observan
con la curiosidad de un extraño. Es momento de vivir la realidad.
Santiago es escritor. Tiene mente ágil, creativa.